jueves, 16 de abril de 2009

LA ÉTICA ESTÁ DE MODA

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt


Así parece, si tomamos en cuenta la cantidad de seminarios, cursos, talleres y otras actividades que a diario se ofrecen por cualquier medio de publicidad. La mayoría de éstas, aseguran que la persona que asista saldrá de ahí siendo una persona nueva, con una renovada visión de la vida y, lo que es mejor aún, muy optimista para enfrentar los desafíos de la vida cotidiana. A juzgar por la cantidad de actividades que se publicitan, se puede inferir que las personas están muy interesadas en este tipo de charlas. Esto nos hace pensar que la gente está convencida de la necesidad de orientar su vida por principios fundamentales de conducta que le permitan, a lo largo de su existencia, ser mejores seres humanos. Sin embargo, tengo la percepción de que quienes van a estas actividades (que por cierto tienen un alto costo) quedan muy frustrados pues no salen de allí siendo mejores que cuando entraron, y esto porque por lo general, quienes se autoproclaman ser expertos en el tema, no tienen ni la más mínima idea de lo que es la ética. Estos “expertos”, en el mejor de los casos, lo que hacen es diseminar moralinas que, por definición, no tienen ninguna base teórica, pues se sostienen sobre una serie de prejuicios trasnochados y absurdos.
De esa cuenta, estos charlatanes disfrazados de “expertos” se hacen ricos a costa de la ignorancia y necesidad de los demás. Me parece que la gente está consciente de la necesidad de guiar su vida por valores y principios, como una forma de búsqueda de ser mejores. Sin embargo, se equivocan en la selección de las personas que les pueden orientar y de las actividades a que deben ir. De ahí la necesidad de reflexionar un poco sobre este tema.
La ética, para empezar, no es lo mismo que la moral. De hecho, aquélla es para los especialistas, es decir, los filósofos pues la ética, en un sentido estricto, es la reflexión y análisis teórico sobre los principios que deberían guiar la conducta humana. Esta es una disciplina que se mueve dentro del “debería ser”, esfera a la que pertenece, por su propia naturaleza, toda la filosofía.
La moral, por su parte, se refiere al aspecto práctico de la conducta. Se puede entender por moral el conjunto de normas o reglas concretas que nos dicen cómo actuar. Son normas o reglas que todos deberíamos cumplir dentro de la vida social para que ésta fuera posible. Ningún pensador, antiguo o moderno, propone la eliminación de normas morales que orienten la vida social. Cuando algún filósofo rechaza un tipo o código específico de moralidad (el cristianismo, por ejemplo) lo hace por lo que esa moral representa respecto al sistema filosófico que él propone, pero en ningún momento declara que se pueda vivir sin ningún tipo de restricción o normativa moral. Piénsese, por ejemplo, en Nietzsche, Sartre, Marx o Freud.
Ahora bien, lo que sucede es que en el lenguaje cotidiano tendemos a confundir ambos términos y utilizamos “ética” y “moral” como sinónimos. Empero, en sentido estricto no son lo mismo. Las personas son moralmente buenas o no. Observar y cumplir con algún tipo de reglas me hacen ser mejor moralmente. No respetar ningún ordenamiento me convierte en un ser inmoral. Pero no se es más ético o menos ético, por el hecho de respetar o no ciertas normas. Lo que quiero decir es que las personas son morales o inmorales, según cumplan o no con ciertas reglas de conducta. Pero no son más éticas o menos éticas dependiendo de si guían su vida por normas morales o no. Acá lo que se da es una confusión del lenguaje común.
¿Qué me hace ser mejor moralmente? Pues el cumplimiento de determinadas normas morales. Hay personas que llevan una vida intachable (en la medida de lo posible, pues no hay nadie que sea absolutamente bueno o malo moralmente hablando), que mantienen una conducta ejemplar y no obstante nunca en su vida han leído un tratado de ética. Simplemente, ajustan su vida a aquellas normas que les parecen deseables. Asimismo, hay quienes devoran tratados enteros de filosofía moral (ética) y sin embargo, llevan una vida que es una vergüenza. Es que una cosa no implica necesariamente a la otra. De donde se infiere que lo que me hace ser mejor, como agente moral, no es la cantidad de libros o tratados de moral que pueda leer, sino la observancia que haga de aquellas normas que me posibiliten convertirme en un ser más digno.
La ética tampoco es receta de cocina. Muchas personas que se acercan a estos cursos o conferencias que señalaba arriba, lo hacen con el ánimo de que el supuesto “experto” les revele la fórmula mágica que les haga ser mejores personas. Esperan que les indique, cual receta de cocina, los pasos que deben seguir para obtener el tan anhelado bocadillo moral y sentirse bien consigo mismos.
Otro tanto de confusión sucede con los llamados códigos de ética profesional. La ética es una sola disciplina filosófica que se orienta, repito una vez más, a la reflexión y análisis sobre los principios que sirven de fundamento a la conducta moral. De ahí que a lo que se refiere, cuando se habla de un código de ética profesional, es a establecer normas concretas y precisas de conducta para alguien que ejerce determinada profesión. Sin embargo, si observáramos una conducta moral adecuada socialmente, deberíamos de ser capaces de aplicar las mismas normas a nuestro ámbito profesional, porque lo que es válido en mi vida cotidiana (la honestidad, honradez, veracidad, solidaridad, etc.,) lo es en cualquier otra esfera de mi existencia.
Una verdadera ética, debe estimularnos a la reflexión como medio para descubrir racionalmente aquellos principios por los que debo guiar mi conducta y ser, en cada elección que haga, un ser más digno. Asimismo, debería impulsarnos a una actitud crítica que nos haga cuestionarnos de nuestras propias creencias a fin de encontrar principios sólidos que garanticen que nuestra forma de actuar es la deseable. En fin, una formación ética debería hacernos mejores en la medida en que los fundamentos sobre los que apoyamos nuestro actuar, son el resultado de un proceso racional, de una meditación profunda y no la consecuencia de palabras vacías y charlatanería.
De ahí que las personas que buscan hacer de sí mismos y de sus vidas algo mejor, deberían acercarse a los filósofos que son, como ya lo dije más arriba, los especialistas en el tema. Estos no van a darles recetas de cómo actuar bien, sino que los van hacer reflexionar para que, por ellos mismos, descubran racionalmente dentro de sí, esos principios que habrán de orientar su acción dentro del contexto social. Para Sócrates esta era la verdadera tarea del filósofo pues, según este pensador griego, la verdad reside dentro de cada uno y lo que el filósofo hace es guiar a cada quien para que por medio de un proceso racional alumbre, cual luz eterna, dentro de sí y descubra por sus propios medios esa verdad que, equivocadamente, cree hallar fuera.
Aún queda por abordar el tema de los valores, pero eso será en otro artículo.

*Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos d

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Parece que en la humanidad domina más la pereza que cualquier otra característica humana, o es el miedo?. Queremos ya preparado y masticado todo, pensar por sí mismo, implica un gasto de tiempo, de energía. ¿Por qué pensamos en función de productividad? ¿Por qué será? ¿A nadie le suenan los chinchines de la alienación?

Harold dijo...

Pues sí, Jaime, tiene razón. Parece ser que preferimos las cosas enlatadas antes que tomarnos el tiempo para estar con nosotros mismos y reflexionar sobre las cosas importantes de la vida. Gracias por su comentario.