Harold Soberanis[1]
Es frecuente entre la gente común, afirmar que la base
de la moral es la religión y que por lo tanto, no es posible hablar de moral
sin una creencia religiosa. Cuando se les pregunta qué religión consideran que es
la mejor como fundamento de una supuesta moral, responden que la que ellos
mismos practican.
En estos argumentos notamos dos presupuestos básicos,
a saber: uno, que la mejor religión, según estas buenas almas, es la que dicen
practicar descalificando, a priori, cualquier otra; y dos, que sin religión no
hay moral. De este último supuesto, se infiere que un ateo, por ejemplo, carece
de moral, precisamente por no creer en ningún dios. De esa cuenta se dice que
un ateo es amoral, lo que ya de por sí es un absurdo, pues en sentido estricto
no hay ningún ser humano, ateo o no, que sea ajeno a una valoración moral. En todo caso sería, de ser posible, inmoral
pero nunca amoral[2].
Así pues, para estas personas la religión es la única
raíz sólida que puede dar firmeza a una concepción moral. No conciben la
posibilidad de un proyecto moral sin religión pues, de acuerdo con su lógica,
ambas no pueden estar separadas.
Obviamente afirmar que la religión es el único asidero
posible para una moral, conlleva aceptar que todo lo que incluye dicha religión
es necesario para que tal moral pueda levantarse firmemente. Es decir, no es
solamente la concepción religiosa que se tenga, sino también los elementos que
la configuran, a saber, Dios, el alma y su inmortalidad, la trascendencia
después de la muerte, etc., y que van implícitos en la idea que se tenga de esa
religión, lo que está presente en el argumento de que no hay moral sin
religión.
Empero, quienes esto afirman,
ignoran que ya desde la Modernidad, dicho argumento quedó invalidado. En
efecto, fue Kant, el célebre filósofo alemán, modelo de la Ilustración, quien demostró
con sólidos argumentos que no se necesita de la religión para construir una
moral que sirva de guía al ser humano en su búsqueda de la Bondad. La sola
Razón basta para ello. Es más, es el mismo Kant quien demuestra que no es la
moral la que deriva de Dios, sino por el contrario, es Dios quien deriva de la
idea de moral.
Tratar de explicar la estructura
interna de los argumentos kantianos que terminan en las conclusiones
mencionadas llevaría mucho tiempo, y no es el propósito de este artículo. En
todo caso, lo que me interesa dejar claro es que no se necesita practicar una
religión, ni creer en dioses, ni asistir a iglesias para vivir moralmente bien en
sociedad. A diario, en la práctica cotidiana se invalida el argumento de que
sin religión no es posible construir una moral o de que es necesario practicar
una religión para vivir moralmente bien. Se invalida en la práctica, puesto que
a diario vemos ejemplos de bondad, solidaridad y respeto al otro en muchas
personas que se declaran ateas. Tanto, como vemos personas que dicen profesar
una religión y creer en un dios de amor, pero que no tienen ningún obstáculo en
matar, explotar, corromper y abusar del prójimo.
Cuántos crímenes se comenten a diario en el mundo en
nombre de un dios o una religión “x”. El mundo actual es cada vez más injusto y
desigual. La vida cada día es más precaria. Y todos estos crímenes, guerras,
injusticias y explotación, son provocados por personas de carne y hueso que se
declaran fieles creyentes, que dicen seguir una fe en algo trascendente, que
aseguran amar su religión, que afirman vivir moralmente bien pues siguen los
preceptos de sus guías religiosos. Obviamente, quienes hacen de este mundo un
lugar cada vez menos digno no pueden ser considerados buenos.
En conclusión, no es necesaria ninguna concepción
religiosa para establecer un cuerpo de normas morales que nos orienten hacia el
buen vivir. Lo que sí es necesario y debería ser parte de la práctica moral de
cada uno, es la reflexión filosófica que sustente y justifique cada una de esas
normas. Esto garantizaría, aun mínimamente, que aquel cuerpo de normas a las
que ajustamos nuestros actos es producto
del ejercicio racional, propio de todos los seres humanos.
[2] Se
suele denominar amoral a aquella persona que está en contra de cualquier
práctica moral, pero esto, a mi juicio es incorrecto, pues amoral es quien no
es susceptible de juicios o valoraciones morales. El ser humano, en tanto es un
ser libre, es moral. Cuando se opone a determinadas reglas morales se le
califica de inmoral, es decir, que va en contra de la moral. Amorales serían todos los seres del mundo (
menos el ser humano en tanto sea libre) que se sustraen a cualquier juicio moral.