sábado, 21 de marzo de 2009

El problema filosófico del conocimiento

* Harold Soberanis

Como es bien sabido, la filosofía se ocupa de la realidad en su totalidad. Este es un rasgo característico del proyecto filosófico racional que nace en el seno de la cultura clásica griega. De esa cuenta, todo lo que acontece en la realidad es motivo de reflexión y análisis de parte del filósofo. El conocimiento, como un hecho que se da en la realidad humana, no podía quedar al margen de la especulación filosófica, por lo que muchos filósofos, desde la antigüedad hasta nuestros días, se han ocupado por comprender y definir el conocimiento.
A diferencia del psicólogo o el sociólogo, al filósofo lo que le interesa respecto al conocimiento es su fundamento, su porqué, su sentido y alcances.
Así, Kant, por ejemplo, es uno de los pensadores que más ha dedicado sus esfuerzos intelectuales a comprender el fenómeno del conocimiento. En su famosa obra La crítica de la Razón Pura, el filósofo de Könisberg intenta definir los límites del conocer y con ello, determinar el sentido de aquello que llamamos conocimiento. Es decir, la empresa que se propone Kant es superar tanto el optimismo ilimitado del Racionalismo que considera que la Razón es tan poderosa que puede conocer absolutamente todo, hasta las limitaciones del Empirismo que, con su insistencia en la experiencia individual como inicio del conocimiento, niega la misma ciencia pues ésta, aun cuando se refiera a hechos empíricos individuales pretende establecer leyes de carácter universal.
De esa cuenta, Kant dedicará buena parte de su obra a analizar el conocimiento para determinar sus límites y alcances, llegando a la conclusión, discutible por supuesto, de que desde la Razón teorética lo único que nos es posible conocer es el fenómeno de las cosas y nunca su esencia. Ésta se nos da en la esfera práctica, pero nunca en la teórica.
Por supuesto que esta tesis kantiana ha sido refutada de muchas maneras, pero también es cierto que ha dado importantes frutos dentro del campo de la filosofía. Empero mi intención no es abordar y discutir el pensamiento de Kant, sino mostrar cómo el conocimiento es, y ha sido, un problema filosófico del que se han ocupado innumerables pensadores desde la antigüedad hasta nuestros días, un problema que es importante abordar desde la perspectiva filosófica y cuyos resultados pueden servir de base teórica a otras disciplinas que se ocupan del mismo fenómeno.
Resulta imprescindible problematizar el fenómeno del conocimiento, pues de la concepción que tengamos de él deriva una serie de consecuencias que influyen en otras áreas del saber humano. Piénsese por ejemplo en la educación, el arte o la ciencia.
Dependiendo de la concepción que tengamos del conocimiento así será lo que entendamos por educación, pongo por caso. El educador, el verdadero pedagogo, no puede estar al margen de una concepción filosófica del conocimiento, pues de ahí dependerá cómo asuma su labor pedagógica. La falta de una teoría del conocimiento, una teoría fundada en principios filosóficos, derivará, inevitablemente, en una propuesta pedagógica inconsistente.
Por supuesto que no basta una concepción del conocimiento para configurar una teoría educativa que efectivamente contribuya al desarrollo integral de la persona humana. También son necesarias, una antropología, una concepción del mundo, una filosofía de la ciencia, etc. Lo que me interesa señalar es que sin una teoría del conocimiento – como un elemento importante a considerar - que sirva de fundamento a una concepción de educación, ésta se desvirtúa, pierde su objetivo principal que es hacer del ser humano un ser que desarrolla todas sus potencialidades en beneficio propio y de la sociedad a la que pertenece. No sabremos qué enseñar al sujeto de la educación, sino sabemos previamente cómo dicho sujeto conoce y asimila la realidad. Esto es importante, pues sin tener claro cómo abordamos y comprendemos la realidad, difícilmente podamos transformarla, y esto es, en última instancia, de lo que se trata.
Por otro lado, no solamente la teoría educativa necesita de una concepción del conocimiento. Todas las actividades que desarrolla el ser humano en sociedad, requieren de una comprensión mínima de lo que es conocer. De ahí la importancia que reviste la especulación filosófica al respecto. De ahí lo importante que es conocer las teorías del conocimiento que se han propuesto desde la antigua Grecia.
Claro que esto no interesa al común de los mortales. El hombre de la calle, ni siquiera se plantea si conoce o no, él da por sentado que conoce el mundo que le rodea, que ese mundo es tal cual él lo percibe, por lo que cuestionarse acerca de qué conoce, cómo conoce y qué es conocimiento ni siquiera son temas de los que debe ocuparse. Es más, el hombre común desconfía del filósofo que se hace todas estas preguntas, llegando a considerar la tarea de éste es algo inútil, sin ningún beneficio, una pérdida de tiempo, como un estar eternamente en las nubes.
Viniendo del hombre común esto es comprensible. Lo que ya no resulta aceptable, es cuando estas consideraciones son planteadas por profesionales, pues es imperdonable en aquellos que tienen una formación académica, que vean con desdén y desconfianza la especulación filosófica respecto a la capacidad cognoscitiva del ser humano.
Asumir una teoría del conocimiento puede ayudarnos a comprender cómo se da en nosotros este fenómeno. Dicha teoría nos permitirá conocer el proceso interno que nos conduce a la aprehensión de la realidad. La manera de abordar esa realidad como una totalidad o una red de interrelaciones, nos permitirá comprender su génesis y alcances. También contribuirá a disciplinas como la psicología, a encontrar un fundamento epistemológico sobre el que se pueda desarrollar una teoría de la comprensión a lo interno de la psique humana. Es decir que, cualquiera sea la perspectiva desde la que contemplemos el conocimiento, la filosofía permitirá al especialista configurar una teoría que le ayude a explicar y fundamentar el fenómeno del conocimiento, lo que le garantizará, en última instancia, que su propia teoría se ha edificado sobre base sólidas, lo cual le dará una certeza y garantía de que su planteamiento es consistente y posee cierta validez.
Hacer lo contrario, es decir, proponer una explicación del conocimiento pero sin apoyarse previamente en una teoría filosófica del mismo, hará que tal propuesta carezca de bases firmes, por lo que será como un edificio sin cimientos, como algo que flota en el aire y que, inevitablemente, tarde o temprano se vendrá a tierra.

*Profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

martes, 17 de marzo de 2009

Sobre la educación

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt


Las sociedades actuales atraviesan un período de crisis que se manifiesta de diversas maneras: la expansión de la pobreza, el aumento de la violencia, de la corrupción, de la injusticia, etc. Toda esta descomposición social se refleja, naturalmente, en la degradación de las acciones del ser humano. Para muchos, la vida ya no tiene ningún valor: se mata a otra persona para robarle un celular o unos pocos billetes. Muchos se dedican, como forma de ganarse la vida, a matar por encargo (qué paradoja: ¡matar para vivir!).
Observo toda esta problemática sin la menor intensión de lanzar moralinas o provocar el escándalo como, hipócritamente, hacen esas santas señoras cuando, al salir de la misa de domingo se ruborizan al ver una pareja besándose en la calle, pero ignoran intencionalmente la miseria que las rodea.
Muchas veces he dicho que una de las posibles soluciones a esta degradación de la vida social está en la educación de las generaciones jóvenes. Empero esta educación debe ser de una naturaleza distinta a la que actualmente se practica.
Creo que una verdadera educación debe liberar al ser humano de prejuicios y condicionamientos mentales a los que ha sido programado por una realidad injusta y desigual. Ya no se puede seguir cultivando una educación que llena de datos la mente de los niños y jóvenes, con el único objetivo de saturarlos de información que no les ha de servir para nada. Una verdadera educación debe estimular en los seres humanos la reflexión y generar un pensamiento crítico que les permita ser observadores y actores responsables, involucrados en su realidad social.
A mi juicio, una educación de tal índole debe estar fundamentada en una concepción humanística del hombre, es decir, debe basarse en aquellos principios universales del humanismo clásico que ve al ser humano como el punto más alto de la evolución, resaltando sus atributos, virtudes, y alcances, a la vez que no olvida sus imperfecciones. No se puede educar a los niños y jóvenes sin una concepción antropológica previa, lo que nos lleva a resaltar la articulación entre pedagogía y filosofía, pues ésta proporciona una concepción del hombre fundamentada en principios revelados por la razón, y ninguna concepción pedagógica se puede desarrollar si no cuenta con una definición de hombre. No se puede tener una idea de educación que esté divorciada de la filosofía, pues sería como algo que está en el aire, sin bases. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años, donde la formación de quienes van a formar maestros que, a su vez van a educar a nuestros niños, no poseen una formación filosófica pues consideran que ésta no sirve para nada y que la única razón por la que existe dentro del pensum es para entorpecerle sus estudios ya que la prisa por graduarse e insertarse al mercado laboral les apremia.
Esto ha dado que tengamos, en los últimos años, maestros sin la más mínima formación humanista. Pero la culpa no es de ellos sino de las facultades y centros de formación donde estudian.
El desprecio a la educación por parte de los gobiernos de turno ha provocado seres humanos sin vocación ciudadana. Claro, esto ha favorecido los intereses de las clases dominantes, pues una sociedad sin criterio ni formación cívica es más fácil de manipular. De ahí que el nuevo modelo de educación deba propiciar, entre otras cosas, la ciudadanía, esto es, la capacidad y el interés de las personas por involucrarse en los asuntos del Estado, tal como aspiraban los filósofos griegos, pues tales asuntos, por definición y en tanto ciudadanos, deben importarles.
Podemos pensar en la educación como un proyecto a largo o mediano plazo, por medio del cual se pueda reeducar a la sociedad con el fin de que los valores encarnados en la Constitución, sean internalizados por todas las personas. Esto, claro, implica transformar el proyecto neoliberal que, afortunadamente, en los últimos días ha entrado en crisis.
Así pues, considero que una verdadera educación puede permitirnos vivir los valores éticos en la vida cotidiana. Pero tal modelo de educación, insisto, debe estar fundamentada en una sólida base filosófica que le permita al individuo ser consciente de la importancia de encontrar principios válidos para su acción.
Tengo la percepción de que el modelo de educación actual lo único que consigue es adocenar a la gente, convirtiendo un proceso liberador en algo alienante. Ahora bien de nada serviría implementar una nueva forma de educación, que buscara hacer del individuo un ser crítico, participativo y liberado, que actuara en función de nobles valores, si las condiciones materiales de la sociedad en las que se inserta, no cambian.
En efecto, poco útil puede ser un proceso educativo que regenere al individuo, si las condiciones o el modelo económico-social vigente sigue siendo el mismo. En otras ocasiones he señalado que el capitalismo como tal, lleva dentro de sí un elemento perverso, pues no sólo desvirtúa las relaciones que se establecen entre el trabajador y el empleador, sino que desvincula a la misma persona dentro de su psiquis, haciéndole ver la realidad como un hecho fragmentado e inconexo. Esto es lo que el materialismo histórico denomina enajenación. Ésta se produce no sólo entre el trabajador y el objeto trabajado, sino a lo interno del individuo, separándolo de sí mismo y del resto de la sociedad.
De esa cuenta pues, implementar un nuevo modelo de educación implica transformar la base material de las sociedades, modificando el paradigma económico imperante a fin de armonizar unas relaciones de producción más humanas con el sentido moral del hombre nuevo.

*Profesor titular de Filosofía, -departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC

lunes, 9 de marzo de 2009

Poesía y Filosofía como búsqueda del Ser

Harold Soberanis*
A mi amigo Daniel Alarcón

Heidegger afirmaba que el lenguaje es la casa del Ser. Había leído a los grandes poetas en lengua alemana y por eso conocía bien la esencia de la poesía y el papel que ésta jugaba en la aprehensión del Ser. El lenguaje poético, de alguna manera, capta el Ser de la realidad. En este sentido, se establece una relación fructífera entre poesía y filosofía. Ambas se articulan e interrelacionan, posibilitando el acercamiento del hombre a la esencia de la realidad en tanto que persiguen captar su estructura más íntima.
Sin embargo, aunque poesía y filosofía persigan el mismo fin, lo hacen recorriendo senderos distintos. Para aquélla, el camino ideal será el de la subjetividad expresada en los sentimientos, deseos y temores más íntimos, es decir, será el camino de lo irracional, pues sentimientos, deseos y temores no pertenecen a la esfera de la Razón.
Para la filosofía, por el contrario, la vía perfecta será la de la Razón que se puede simbolizar en la exigencia de claridad y distinción cartesianos y que, apoyándose en sus propias estructuras lógicas, recorre el camino totalmente opuesto de la primera.
La poesía prefiere dejar escapar los instintos y demonios que llevamos dentro, en la creencia de que ellos expresan lo que verdaderamente somos, sentimos o pensamos. En este sentido, el psicoanálisis con su insistencia en que muchos de nuestros actos son producto del inconsciente, de lo irracional, le dará la razón y le servirá de base firme. De ahí que muchas corrientes artísticas de vanguardia, apoyándose en esta premisa, creen modos nuevos de entender y hacer arte, muchos de ellos de difícil interpretación, acostumbrados como estamos a aceptar como bello o agradable aquello que nos es fácilmente perceptible o entendible con categorías racionales. Estas corrientes de vanguardia descansarán, pues, en el lado oscuro, difuso del ser humano.
Ahora bien, aunque filosofía y poesía partan de puntos diferentes y tomen caminos distintos buscan, como ya dijimos más arriba, el mismo fin: la aprehensión del Ser. En este sentido, ambas son válidas y nos pueden aportar dimensiones y matices de la realidad que, si bien desde su propia esfera son diferentes, desde una perspectiva más general y abarcadora pueden complementarse hasta proporcionarnos un panorama más comprensible de dicha realidad.
Que la poesía nos acerca al Ser es una percatación inmediata, una intuición bergsoniana, que se nos revela cuando leemos algunos poemas, ya sean de autores clásicos o contemporáneos. Aunque no seamos totalmente conscientes de ello, al leer algunos versos sentimos la presencia de una realidad que no es fácilmente expresable en palabras. En nuestra mente queda rondando una idea que somos incapaces de traducir en expresiones lógicas pero que nos cuestiona y nos lleva, poco a poco, a una reflexión más profunda. Algo de nuestra interioridad se sacude dentro de nosotros, tambaleamos, dudamos, creemos estar soñando una pesadilla. Pero lo único que ha pasado es que se nos ha revelado una verdad que no sabíamos. Después de ello ya no somos los mismos.
La filosofía produce en nosotros el mismo efecto, pero lo hace desde la racionalidad, desde la concatenación lógica de los hechos y las palabras. También ésta nos interpela e impulsa a reflexionar en la búsqueda del Ser de la realidad.
De esa cuenta, ambas, poesía y filosofía se convierten en vías de comprensión de la realidad a través de la aprehensión del Ser. Y ambas se expresan por medio de la palabra, la cual cumple una función no solamente de realización de nuestro ser social, sino también de acercamiento al Ser. En ese acercamiento, se nos revelan cuestiones fundamentales y perentorias para nuestra existencia.
Al revelársenos el Ser, nos percatamos de cuestiones apremiantes para la comprensión de nosotros mismos. Cuestiones que formulamos en preguntas urgentes sobre el sentido de nuestra existencia, la muerte, la finitud, la soledad, la incomunicación con los otros, el amor, etc.
Articulándose en un incesante juego dialéctico, poesía y filosofía nos dan una imagen estética del mundo y de nuestra realidad interior. Ambas expresan una verdad ineludible del Ser. Por eso ambas son válidas en esa búsqueda imperiosa de sentido que todos los seres humanos auténticos sentimos en un momento determinado.
También la religión pretende ser un acercamiento al Ser, al que denomina Dios. Pero la religión agrega otras categorías conceptuales no fáciles de discernir y menos de aceptar sin toda la parafernalia que la tradición le ha agregado. Por eso para muchos la religión no representa una vía propicia para ir en búsqueda del sentido de la realidad. Por eso preferimos el camino de la filosofía, más tortuoso y menos cómodo, pero al fin más seguro. Lo mismo se puede afirmar del camino de la poesía, en particular, y del arte, en general. Estos tampoco ofrecen ser una vía fácil, aunque sí más confiable y libre.
A lo dicho hasta ahora, habría que agregar otros rasgos que poseen la poesía y la filosofía, rasgos que las convierten en posibilidades de búsqueda más cerca de lo humano. Uno de ellos es la creatividad. Tanto poesía como filosofía exigen de nosotros una alta dosis de creatividad para recrear una realidad muchas veces oculta por el velo de la ignorancia o la superstición. La creatividad nos presenta una gama de posibilidades de interpretación y acercamiento al Ser. Lo que nuevamente viene a otorgarle un trasfondo estético a esa realidad que observamos y que sirve de escenario al transcurrir de nuestra existencia.
El otro rasgo es la libertad. En el espacio de creación artística o filosófica, nuestra libertad se hace palpable, se nos revela como un dato incuestionable de que estamos creando algo que nos conduce al final de la búsqueda que hemos iniciado estimulados por la necesidad de encontrar un sentido a la vida, a la realidad. Aunque, a decir verdad, esa búsqueda nunca termina, nunca llegamos al final, pues éste sólo lo alcanzamos en la propia muerte, a la que no debemos enfrentar con temor o desesperación, pues sólo ella nos otorga, paradójicamente, el sentido último de la realidad.
Quizá haya sido en este sentido en el que Heidegger expresaba la relación entre lenguaje y Ser, con su ya famosa frase. Lo que nos queda de ella es la revelación de que el Ser no es algo alejado totalmente de nosotros, sino una realidad palpable e inmediata, pero que no percibimos fácilmente, pues hemos perdido la capacidad de ver en lo cercano el sentido de la realidad. De ahí la necesidad de acercarnos al lenguaje de la poesía y la filosofía como posibilidades reales de aprehensión del Ser. El recorrido de ambas, tiene la doble ventaja de revelarnos, por un lado, verdades profundas y, por el otro, de concedernos una visión estética del mundo. Si el arte lo entendemos como una dimensión lúdica del mundo, tendremos entonces, gracias a la poesía, una imagen menos seria y más vital de la realidad.

*Profesor titular de Filosofía, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.




jueves, 5 de marzo de 2009

¿Crisis de valores?

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt

Es cosa común escuchar a mucha gente decir, a partir de la realidad cotidiana, que estamos viviendo una crisis de valores, que la humanidad se ha alejado de ciertos principios fundamentales que subyacen en las bases de la cultura occidental cuya cuna, es bien sabido, es la cultura clásica griega y el cristianismo.
Cuando escucho decir esto, me pregunto; ¿serán los valores los que están en crisis? ¿Es posible que los valores, entidades de suyo abstractas, puedan sufrir crisis? ¿O será nuestra percepción de tales valores la q ue esté en conflicto?
¿Qué se quiere decir cuando se formula esta frase? Creo que lo que se quiere señalar es que la situación degradante que vivimos tiene su causa en una supuesta pérdida de valores. Ahora bien, ¿se podrán perder los valores? Éstos, por definición, son objetivos y acaso universales e independientes de la conciencia. Por lo tanto, no se pueden perder. Lo que sí puede cambiar, y de hecho ha cambiado, es la manera de percibirlos y practicarlos en nuestra vida diaria.
A mi juicio, considero que no son los valores los que han entrado en crisis, sino la manera en que los apreciamos y asumimos en nuestra cotidianidad existencial. Según los filósofos clásicos, los valores morales (que son los que supuestamente están en “crisis”), no son entidades materiales y por lo tanto no pueden sufrir de un proceso de decadencia. Siguiendo las ideas de estos pensadores griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles, etc.), los valores son principios absolutos, eternos, infinitos y universales, entre otras características, y por lo tanto, no susceptibles de sufrir ningún cambio físico, como sí ocurre con algo material.
Si los valores morales son absolutos y universales, podemos inferir que son siempre los mismos, en cualquier época y lugar. Es más, aún cuando nadie se guiara por determinado valor, la justicia, por ejemplo, dicho valor seguiría siendo válido, pues su validez no depende de la percepción o ejercicio de un individuo o colectividad, sino de su carácter universal, objetividad y absolutez.
Claro, este sentido de los valores como entes universales no es el único. Existen otras formas de interpretar o definir qué son los valores. Para Marx, por ejemplo, los valores son parte de la superestructura de la sociedad y en tal sentido son expresión de la base económica que los determina. Dichos valores existen para justificar el modelo económico, el tipo de relaciones de producción que han establecido los seres humanos en una sociedad determinada. Son la expresión, en pocas palabras, del poder que una minoría ejerce sobre la mayoría y que sirven para justificar su dominación y explotación. Es decir, para Marx los valores son históricos, pues son la expresión del sistema económico que impera en una sociedad y época particulares y, por lo mismo, van cambiando de acuerdo al desarrollo material de las colectividades. Así pues, aún desde la perspectiva marxista, no son los valores quienes entran en crisis, sino la base material que los sostiene y les da vida, pues aquéllos son el resultado de ésta.
Por lo tanto, hablar de crisis de valores, tratando de encontrar en ella la causa de la descomposición social que hoy día vivimos, es escamotear las verdaderas razones que nos han llevado a esta realidad.
Yo creo que quienes estamos en crisis somos los seres humanos, y la causa se puede encontrar en el sistema económico que nos han impuesto, un sistema que en sí mismo es perverso y destruye las relaciones entre los hombres y la relación de éstos y el mundo en que vive.
Actualmente, el planeta vive una permanente amenaza, producto del uso irracional de los recursos naturales. Si bien es cierto, la civilización implica el dominio de la naturaleza para servirse de ella, esto no significa hacer un uso arbitrario e irracional de sus recursos, ni su consecuente destrucción. Todo el cambio climático que vivimos hoy día, con sus consecuencias trágicas que, por razón de su misma pobreza, golpea a los más desposeídos, que son la mayoría de la humanidad, es el resultado de ese uso irracional que se ha hecho de la naturaleza. Pues bien, esta irracionalidad es parte de la lógica interna de un sistema económico que, repito, es de suyo perverso. El capitalismo salvaje que compra y corrompe conciencias, nos ha llevado a una hecatombe universal, no sólo en términos humanos sino también naturales.
Esta misma perversidad, que ha llevado al planeta al borde de su destrucción (y digo esto sin la más mínima intención apocalíptica), ha hecho que los individuos, las familias y la sociedad entera se hayan fragmentado, estemos incomunicados y hayamos perdido el sentido de humanidad. El delincuente que mata por robar unos pocos billetes, y que demuestra con eso un desprecio total por la vida, no es más que el producto de una sociedad degradada, corrupta y decadente que ha sido bombardeada permanentemente con la idea de que “tener” es mejor que “ser”. Ante la falta de oportunidades y aguijoneado por la idea de poseer cosas que le den sentido a su existencia, ya de por sí vacía, el delincuente ve en el robo las única manera de acceder a ese mundo que le muestran como el mejor, pero que a la vez está fuera de su alcance. No estoy justificando la violencia, ni defendiendo al criminal. Lo que trato es de encontrar la razón, la causa de esta decadencia en que vivimos. A mi juicio, es el mismo sistema económico en que se basan las sociedades actuales, el que ha provocado esta descomposición.
Así que no es que los valores estén en crisis. Es el sistema, la condición material de nuestra vida en sociedad la que ha empujado a la humanidad a esta situación. Si la solución fuera tan simple como rezar o adherirnos a una religión o elaborar grandes discursos sobre la necesidad de guiar nuestras vidas por ciertos valores, creo que la mayoría estaríamos de acuerdo en hacerlo. Empero, la solución pasa por encontrar nuevas formas de equidad, de justicia social y de igualdad de oportunidades. Habría que distribuir de manera justa la riqueza y no debería aceptarse la pobreza como algo natural, pues la pobreza ni es una virtud ni es algo natural.
¿Significa esto entonces, que hay que combatir la pobreza, como afirman nuestros pseudopolíticos? No. La pobreza no se combate, pues esta no es la causa última de nuestro subdesarrollo a todo nivel. Subdesarrollo que a su vez se ve reflejado en el grado de descomposición social en el que vivimos La pobreza es en todo caso una causa intermedia producto de las condiciones de injusticia, desigualdad y explotación sobre las que se fundó este país. Así que de lo que se trata, es de transformar dichas estructuras básicas. Al cambiar éstas, cambiaran nuestras relaciones intersubjetivas, se transformará nuestra concepción de la vida y con ello el sentido que podamos asignarle a los valores morales, los que ya no serán reflejo ni justificación de la dominación de unos sobre otros, sino los principios rectores necesarios para la convivencia pacífica y armoniosa a que toda sociedad humana aspira, como finalidad implícita en su ser.



*Profesor titular de Filosofía, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.