sábado, 7 de mayo de 2011

Sábato

Harold Soberanis

Dicen que cuando un gran hombre muere, el mundo pesa menos. No sé si esto sea verdad. Lo que sé, es que con la muerte de don Ernesto Sábato se ha ido uno de los intelectuales más lúcidos y geniales del último siglo. Ahora, ya no se escuchará la voz de un Hombre que con sus reflexiones criticó el abuso de poder, la irracionalidad y la injusticia lo que le valió para que, junto a otros grandes pensadores, se le considerara la conciencia de muchas generaciones. Fue la voz de los sin voz, la voz de esos que la lógica del capitalismo salvaje ha deshumanizado y ha vuelto invisibles. Sábato era, al fin, junto a los grandes hombres de la historia, la reserva moral de una humanidad que no termina de aprender el valor de la vida, de la solidaridad, de la justicia. En sus obras se puede encontrar la sabiduría necesaria que, como una luz, nos orienta y vuelve al camino, que nos rescata del extravío en el que nos encontramos perdidos como estamos en un mundo cada vez más inhumano.

Al igual que su contemporáneo Borges, nunca recibió el Nóbel, y creo que nunca lo necesito para ser reconocido como uno de los inmortales de la literatura universal. Su obra trasciende los límites del tiempo. Además, nunca buscó reconocimientos (como otros muchos que se pasan la vida mendigando un premio), pues como lo dijo en repetidas ocasiones, él escribía porque sentía la necesidad de hacerlo: escribía o reventaba. Tampoco escribió porque "tuviera" la obligación de hacerlo para mantenerse vigente en el mercado. Cuando publicó algún libro, fue porque tenía algo que decir. No era como esos "escritores" a sueldo que llenan miles de páginas por el simple hecho de cumplir con algún compromiso editorial. Por eso nunca escribió "best sellers". Lo suyo fue verdadera literatura, es decir, aquella que nace de lo profundo del ser humano y vuelve al él.

Esta actitud honesta, coherente, sin concesiones al poder, como hombre y escritor, le mostró como un ser auténtico, como diría su admirado Sartre. Claro, también le granjeó enemigos y detractores que trataron inútilmente de menospreciar su obra. Esto explica el olvido al que los medios lo habían condenado en los últimos tiempos. El poder, sea de cualquier naturaleza, nunca tolera la lucidez y honestidad de quienes le cuestionan.

Muchos afirman que en Latinoamérica nunca se ha hecho filosofía. En lo personal, no estoy de acuerdo con ello. A mi juicio, lo que sucede es que en nuestro continente la filosofía se ha cultivado y transmitido a través de la literatura. En el caso de don Ernesto Sábato, y otros muchos escritores, esto es más que evidente. De inicial formación científica, como ya todo el mundo sabe, Sábato fue derivando hacia el arte, especialmente la literatura, preocupado más por las cosas que angustian a los seres humanos de carne y hueso, que por lo que sucede con las moléculas y los átomos. De ahí que sus innumerables obras estén marcadas por una profunda preocupación por el hombre, por las cosas que lo agobian día a día. No podía ser indiferente ante el dolor, la soledad, el desamparo y todo eso que hoy, y siempre, amenaza a la gente. Ante un mundo que cada vez se degrada más, ante el poder que desvaloriza la vida humana, ante el obsceno afán por el dinero o el consumismo, productos ambos de un sistema económico de suyo perverso, Sábato elevo siempre su voz y puso su pluma al servicio de la verdad.

Dotado de un espíritu sensible e influenciado por la filosofía existencialista, la condición humana y el orden de las cosas le angustiaban profundamente. Esta preocupación por la existencia precaria del hombre hizo que abandonara la ciencia y se sumergiera en la literatura como una manera de escapar a esa dolorosa realidad pero que, a la vez, le permitiera comprenderla. Vio en la adoración a la ciencia y la tecnología un enorme peligro para la convivencia de los seres humanos, cada vez más enajenados y deshumanizados. De ahí que en sus obras se trasluce la desesperación y la angustia propias de aquel que pretende recobrar el sentido del hombre, recuperarlo para sí mismo, pero que ve con amargura la inutilidad de sus esfuerzos. Esto mismo hace que su obra se inscriba dentro de la mejor tradición humanista, esa que tiene como eje principal el rescate del ser humano.

Los personajes de sus novelas son seres desamparados, precarios, que luchan contra una existencia cada vez más insoportable. Por eso su concepción de la vida es pesimista. Empero, este pesimismo no es el del nihilista, sino el de aquel que guarda una íntima esperanza por tiempos mejores. Es el mismo pesimismo que se revela en los escritos de sus amigos Benedetti y Saramago, es decir, un pesimismo lleno de fe en la vida humana y la felicidad.

Hay libros imprescindibles que nos marcan para toda la vida. En mi caso, las obras de Sábato pertenecen a este grupo. Desde que me acerqué a ellas, en tiempos ya lejanos, no pude dejar de hacerlo cada cierto tiempo. He releído sus obras muchas veces y siempre encuentro una renovada y profunda sabiduría. Ahora que ya descansa en la tierra que sufrió y amó, vuelvo la mirada y encuentro su figura gigantesca y la inmensidad de su pensamiento. En el gran vacío que nos deja su ausencia, se revela la tragedia de su partida. Como consuelo, nos queda la inmortalidad de su palabra, de su ejemplo vivo, de su honestidad incuestionable. Acaso el mundo pese menos. Descanse en paz maestro.