viernes, 10 de febrero de 2012

Lo que no es filosofía

Harold Soberanis[1]

                De vez en cuando, nos llevamos la grata sorpresa de encontrar en Internet cosas interesantes, de esas que valen la pena.  Esto es lo que me sucedió el otro día cuando, para mi agrado, encontré reproducida una entrevista que el periodista Esteban Hernández le hiciera a la filósofa española Victoria Camps[2].  La profesora Camps, es una destacada intelectual que en años recientes ha publicado no pocos libros de filosofía, principalmente sobre ética, su especialidad.

                En dicha entrevista, la profesora Camps se refiere, entre otras cosas, al reconocimiento que, en los últimos tiempos,se ha dado al papel que juegan los sentimientos en cuanto a las valoraciones morales que hacemos. En efecto, según ella apunta, cuando emitimos un juicio de valor éste también debería ser producto de nuestra esfera afectiva y no sólo de la razón.  De ahí  que una persona moral sea no solamente quien se guía por su capacidad racional, sino “alguien que reacciona afectivamente ante las inmoralidades y la vulneración de las reglas básicas, alguien que siente indignación, vergüenza o rabia ante las grandes injusticias o ante las prácticas inhumanas”.[3]  Obviamente, no se trata de rechazar la Razón y basar nuestros juicios morales únicamente en los sentimientos, pues esto tampoco nos haría mejores.  Se trata, en síntesis, de encontrar un punto de equilibrio entre ambas, idea que, por otro lado, no es nada nueva. Lo novedoso en este caso, según interpreto, es que tal valoración de los sentimientos ha ido calando, cada vez más, en ámbitos aparentemente ajenos a los sentimientos, como los discursos políticos.  Y en tal sentido, sigue diciendo la profesora Camps, ha sido la izquierda quien más se ha apropiado de este elemento.  No sé si dicha afirmación sea verdad o no, pues en este momento no me interesa analizarlo.  A lo que deseo referirme es a algo que la profesora Camps señala en la entrevista de marras.

                Según ella, está bien valorar el papel de los sentimientos a la hora de emitir juicios morales, pero teniendo el cuidado de no exagerar su importancia, tal como sucede en el tipo de publicaciones de autoayuda.  Como es bien sabido, en los últimos tiempos ha proliferado gran cantidad de estos escritos. Numerosos “gurús” intentan enseñarnos cómo ser felices. Para ello se montan innumerables cursos, seminarios o diplomados a donde asisten aquellas personas que desean que un “experto”, les dé una receta mágica que les permita superar sus problemas y  alcanzar la felicidad eterna.  Esto, señala la profesora Camps, no es filosofía.

                La filosofía, por su propia naturaleza, nos induce a analizar la realidad de manera compleja, nos lleva a la raíz de las cosas, nos exige una actitud analítica rigurosa, una reflexión profunda.  Todos esos libritos de autoayuda o esos cursitos motivacionales, lo que hacen es mostrar una realidad demasiado simple,cediendo a lo fácil y manipulando a las masas.  De tal cuenta que, afirma Victoria Camps,  la autoayuda es la negación de la filosofía, porque la primera quiere dar respuestas claras y fáciles a problemas complejos, mientras que la filosofía tiene como misión introducir dudas en los problemas. No pretende dar fórmulas que nos digan lo que hay que hacer, y que reduzcan todo a una serie de ideas simplistas sobre cómo ser feliz, cómo hablar en público o cómo manejar las depresiones, sino que pretende ir más allá y entender lo que ocurre en toda su extensión”.[4]

                En efecto, la Filosofía nos estimula a ser capaces de descubrir, por nosotros mismos, el porqué de los problemas, haciendo buen uso de nuestra capacidad racional.  Esto me recuerda a Sócrates, para quien el descubrimiento de la verdad es un camino que cada quien debe recorrer.  Al poner en duda la aparente sabiduría de los sofistas, Sócrates afirmaba que nadie nos puede mostrar la verdad, pues ésta reside en nuestro interior y la razón, cual poderosa linterna, la alumbra.  En todo caso, lo que otro puede enseñarnos es a dirigir la luz al lado correcto.  En última instancia, pues, la revelación de la verdad es un descubrimiento que hacemos hacia nuestro interior.

                En todos los tiempos de crisis siempre aparecen “profetas” (ahora se les llama gurús o expertos) que, afirmando ser dueños de la verdad, intentan orientar a las masas hacia lo que ellos consideran es la felicidad.  Esto ha sucedido siempre, basta con repasar la historia para darnos cuenta de ello.  Las épocas de crisis, de toda índole, son propicias para el aparecimiento de estos charlatanes que disfrazados de sabios, nos venden formulas prefabricadas de la verdad.  Y esto sucede porque precisamente la gente, ante la falta de puntos de referencia, busca desesperadamente un lugar sólido donde asirse, necesita algo en qué confiar, pero sin hacer el más mínimo esfuerzo de pensar, de analizar, esperando que otro lo haga por él.

                De ahí el éxito de esta clase de libros entre la masa.  Por su parte, la Filosofía, la verdadera Filosofía,  nos exige el atrevimiento de pensar, de ser críticos (no criticones, que es otra cosa), de analizar la realidad para luego asumir una postura frente a ella. El trabajo de pensar, lamentablemente, es algo que la mayoría no está dispuesta  a hacer. Esa es la razón de la moda de esta clase de libritos, e incluso de las religiones, que únicamente nos piden creer, pero sin cuestionamientos.

                Aunque la energía que implica la búsqueda personal de la verdad sea muy grande, ésta es preferible a seguir autoengañándonos  con las fórmulas prefabricadas que expertos pretenden vendernos.  Nuestro esfuerzo se verá recompensado con la posibilidad de establecer un diálogo íntimo con los grandes pensadores de todos los tiempos, los mismos quienes con sus escritos han contribuido a configurar, para la humanidad, ese legado de sabiduría que conocemos como Filosofía.



               



[1] Profesor titular de Filosofía. Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos de Guatemala.
[3]Ibídem.

Savater en Guatemala

Harold Soberanis

Recientemente estuvo en Guatemala el conocido filósofo español, Fernando Savater, invitado por una fundación internacional. En una conferencia dada en un hotel capitalino y cuyo tema giró en torno a la relación entre ética y política, Savater demostró el por qué es uno de los pocos filósofos que, tanto las élites ilustradas, como las no ilustradas (como las de Guatemala) y los grupos de activistas diletantes, conocen bastante bien. Este dato es, ya en sí mismo, un logro que hay que reconocerle a este profesor español. Si bien teóricamente Savater no es fuerte, tiene la virtud de ser un gran divulgador de la filosofía. Sus charlas son amenas, salpicadas de ejemplos oportunos y algunos chistes, lo que le hace simpático entre quienes le escuchan. Y esto, el de hacer de la filosofía un conocimiento más accesible a las masas sin formación filosófica, es algo que hay que agradecerle. Esto explicaría la razón de su popularidad, lo que también es meritorio, pues en un mundo donde las imágenes que nos saturan tanto en la televisión como en los diarios e internet son, sobre todo, de personajes de la farándula, insípidos, prefabricados y frívolos, sin ninguna virtud en lo que dicen hacer, resulta llamativo que sobresalga un filósofo, es decir, un personaje que se dedica a algo menos que enigmático y misterioso.

Empero, a lo que me quiero referir no es al personaje, sino a algunas ideas sueltas que le escuché decir y que apunté al vuelo mientras él disertaba. Para empezar, el tema de la relación entre ética y política, ha sido uno de los más trabajados en filosofía desde sus primeros tiempos. Basta con echar una mirada a la Historia de la Filosofía. Ya Sócrates, Platón y Aristóteles se ocuparon de tal tema, y cada uno desarrolló una manera de entender dicha relación, relación que, según ellos, es indisoluble. Así se mantuvo a lo largo de los años, hasta que apareció el genio de Maquiavelo quien afirmó que bien pueden estar, la política y la ética, una sin la otra. Esta afirmación del Canciller florentino, ha sido maliciosamente tergiversada, lo que ha derivado en una imagen perversa de este científico de la política. Sin embargo, a pesar de lo contundente de la revelación de Maquiavelo, no se ha dejado de abordar el tema y muchos y variados han sido los autores, tanto como teorías que se han referido al respecto.

Pues bien, una de las cosas que Savater dijo sobre la relación entre ética y política y que llamó mi atención fue cuando afirmó que todos somos políticos (Aristóteles lo dijo a su manera cuando definió al hombre como un zoon politikón, es decir, un animal político), pero que a aquéllos a quienes llamamos “políticos” son esos personajes que hemos “mandado mandar”. Por lo mismo, son responsables, esto es, deben responder ante quienes les hemos elegido. Bien harían nuestros politiqueros (en Guatemala no hay políticos profesionales), en no olvidar esto.

Otra de las cosas que mencionó, y ojalá la hayan escuchado muy bien todos esos que andan por ahí con aires de perdonavidas, es que los problemas políticos se resuelven con una buena dosis de política y no de ética. Que se debe desconfiar de aquellos que para todo recurren a la ética para resolver problemas de cualquier índole. Esto es importante, pues en nuestro medio prevalece la idea, de que todo puede y debe solucionarse con inculcar valores morales (y no éticos) o con rezar. Esta actitud ingenua nos ha llevado a acciones como la de implementar cursos de valores o vigilias para orar por la paz, pretendiendo con ello resolver nuestros problemas cuya raíz es muy diferente. Con enseñar más valores u orar durante largas horas, no se resuelven los problemas que nos aprisionan. El origen de tales problemas hay que buscarlo en la desigualdad e inequidad sobre las que se ha construido esto que llamamos Guatemala. Históricamente este país se construyó sobre la base de los privilegios que las clases dominantes deseaban conservar. Tales privilegios se sostienen, a su vez, sobre la explotación de las mayorías que, para ser explotadas deben primero ser marginadas de los beneficios económicos lo que las hace estar en la desigualdad. Así pues, tales problemas se resuelven de manera política y económica, es decir, tratando de cambiar las estructuras que los justifican y distribuyendo equitativamente la riqueza que, en última instancia y como lo afirmaría Marx en su momento, es de origen social.

Refiriéndose a los nacionalismos, Savater afirmó, en una de las tantas entrevistas que se le hicieron, que tales acciones no hacen sino entorpecer el desarrollo de los pueblos. Esta idea la relacionó a esa actitud, hoy tan de moda gracias a esos organismos internacionales que buscan lavar la consciencia de sus respectivos países, de mantener a las culturas originales en un estado de pureza. En efecto, tal como es el caso de Guatemala, se habla mucho de preservar, por ejemplo, la cultura maya. Se enfatiza el hecho de mantenerla pura, sin contaminarse con la occidental, con el argumento de evitar que desaparezca. Esto es una trampa, pues lo que se logra con ello es mantenerla en el atraso permanente. En su momento, Don Severo Martínez, en su ya clásica obra La Patria del Criollo, se refería, premonitoriamente, a esta tendencia y advertía, con bases científicas, en el peligro que representaba. Efectivamente, pretender proteger a los descendientes de los mayas, hombres y mujeres de carne y hueso, con el argumento de evitar cualquier contaminación que amenace su cultura, no es más que condenarlos al aislamiento y el atraso y de esa forma seguir explotándolos. De lo que se trata, pues, es de preservar sus tradiciones y creencias, pero incorporándolos a los procesos de producción, al modelo económico, a la cultura que, nos guste o no, es la predominante. Con ello no se busca destruirlos, sino integrarlos a la dinámica social que les posibilite salir de la marginación y la miseria.

En fin, fueron muchas las ideas que expresó este conocido filósofo en su visita a nuestro país. Visita oportuna que sirve de pretexto para reflexionar sobre nuestra realidad y, en especial, sobre el papel que la filosofía puede jugar en nuestro esfuerzo por comprender dicha realidad. Un marco propicio, sobre todo tomando en cuenta que en este noviembre se conmemora una vez más el Día Mundial de la Filosofía, fecha establecida por la Unesco hace ya algunos años. Como oportuno es recordar que el próximo año nuestro país será la sede mundial de esta fiesta, pues la reflexión filosófica y el cultivo de la Filosofía, debería ser eso: una fiesta. En especial, debería serlo para quienes nos dedicamos a ella profesionalmente. Enhorabuena.