Harold Soberanis[1]
En el mundo actual, posmoderno, caótico y relativo, muchas cosas y
saberes han caído en descrédito, muchas profesiones se han devaluado y muchas
buenas costumbres han desaparecido. En sociedades atrasadas, como la nuestra, esto es más que evidente.
Una
de esas profesiones que históricamente han sido importantes para el desarrollo
y sobrevivencia de las sociedades, desde hace mucho tiempo ha venido sufriendo
un desgaste y desprestigio injustos. Lo paradójico, o talvez o tanto, de esta
situación es que los mismos quienes se dedican a ella han sido precisamente los
que más la han desvirtuado. En efecto, me
estoy refiriendo a la política y a quienes han hecho de ella su profesión, aunque
la han pervertido. Obviamente, esto no
es privativo de la política. Los ejemplos abundan de profesionales de distintas
disciplinas (por ejemplo, el derecho) que han desnaturalizado su profesión, lo
que ha contribuido a que las demás personas las rechacen o tengan una opinión
muy pobre de ellas.
Aunque,
como dije arriba, ésta no es una característica específica de la política,
quizá sea esta disciplina donde más se visualiza dicho desprestigio. Este desprestigio se revela en la poca
valoración que las personas le dan y en frases tales como “la política es para
ladrones”, “prefiero ser pobre pero honrado”, y otras parecidas. Dicha situación es consecuencia de que quienes se dedican a ella
la han prostituido de manera sistemática. Y si observamos este fenómeno en
nuestros países tercermundistas, creo que la percepción negativa de la política
es aún mayor. De esa cuenta, en Guatemala, como en otros países, la política es
sinónimo de corrupción. De ahí que muchas personas se nieguen a participar en ella,
pues temen ser tildados de corruptos, ladrones e inmorales.
Tal
percepción negativa de esta noble profesión ha derivado en apatía e
indiferencia en el ciudadano, que prefiere dejar los asuntos públicos en manos
de esos que se autodenominan políticos, antes que hundirse en el lodo y la
podredumbre que, según ellos, significa ser político. Y he aquí el grave error en el que han caído
nuestras sociedades, pues esa indiferencia lo único que ha logrado es hacerle
el juego a esos mercaderes de la verdad que, como en el caso de Guatemala, han
configurado un país injusto y desigual.
Esto es hacerles el juego, puesto que eso es precisamente lo que quieren
estos politiqueros venidos en mala hora. De esa manera, queda allanado el
camino para que ellos sigan haciendo de la política el ámbito donde se compran
y venden conciencias.
El
descrédito de la política, sin embargo, no ha sido una constante
histórica. En épocas lejanas y en otros
contextos, el ejercicio político ha sido algo digno. Su práctica ha sido
reconocida y altamente valorada por los ciudadanos, quienes ven en ella el
espacio perfecto donde resolver sus conflictos. Los políticos han sido personas
honorables y confiables, dignos representantes de los intereses públicos.
Empero,
la consecuencia más grave de toda esta descomposición no ha sido la percepción
desfavorable que se tenga de la política, sino la apatía ciudadana, la poca
conciencia política de las personas, la nula identidad con el país, la pobre
participación en la cosa pública, lo que ha derivado en que un grupo
minoritario sea quien decida los destinos de la patria. Dicho grupito dirige esta nación, llamada
Guatemala, como una finca de su
propiedad, a ciencia y paciencia de quienes nos decimos ciudadanos.
Nuestra
pobre ciudadanía se reduce a cumplir la mayoría de edad para que nos otorguen un
documento que nos acredita como tales; a gritar en el estadio que somos
“orgullosamente guatemaltecos”, cuando la selección de futbol fracasa una vez
más; a enorgullecernos de un pasado
indígena que heredó una gran cultura, aunque despreciamos al indígena de carne
y hueso que está frente a nosotros; a sentir una gran emoción que nos embarga
cuando nuestra “digna” representante participa en un concurso internacional de
belleza. Es decir, nuestra identidad es
como un palacio de cartón: es frágil, falsa, contradictoria, superficial. Hemos
confundido el patriotismo con la patriotería.
De
ahí que, como he insistido en otras ocasiones, se hace urgente fomentar y
multiplicar la participación política de todos, para ir formando esa ciudadanía
que nos hace falta. Al sentirnos ciudadanos, en el sentido exacto del término,
también habremos de participar más en el quehacer político. Es decir que,
ciudadanía-política, es un camino de doble vía. En tanto más nos politicemos, esto
es, más seamos ciudadanos, iremos rescatando esta noble disciplina y echaremos
al basurero de la historia a todos esos mercachifles que la han corrompido. Al
ser más políticos, seremos mejores ciudadanos, talvez acercándonos al sentido
que los antiguos griegos daban al término.
Efectivamente,
en la Grecia Antigua, ser ciudadano no significaba solamente llegar a la
mayoría de edad, sino sentirse uno con la polis, es decir, con su ciudad. Ser ciudadano griego significaba participar
activamente en la vida política de su estado, incidir en las decisiones de los
gobernantes, opinar sobre las leyes. Para estos ciudadanos, la polis no le era
ajena, sino todo lo contrario, ya que la ciudad era parte de su ser. Había una
plena y consciente identificación con ella, y no esa ficticia relación que en
nuestro contexto, por ejemplo, se reduce
a anuncios llenos de frases motivacionales y vacías como los que divulga nuestro
flamante alcalde, siempre al borde de las lágrimas . En la propaganda de la alcaldía actual, lo
único que se evidencia es la pobre idea que se tiene del ser ciudadano: por un
lado apela a que nos sintamos orgullosos de vivir en esta ciudad, y por el otro
se fomenta el modelo de una ciudad precaria, caótica e invivible.
De
ahí pues, lo perentorio de recuperar el sentido original de ser ciudadano por
medio del rescate de la política como una profesión digna. Esto, en buena
medida puede lograrse por medio de la educación. Obviamente, esto implica transformar el actual
modelo alienante de educación, pues solo una educación liberadora y crítica
puede contribuir eficazmente a esta empresa.