sábado, 16 de abril de 2011

Moral y Política

Harold Soberanis[1]

Ante la reciente noticia del aparente divorcio del actual presidente de Guatemala y su esposa (la figura de primera dama no existe), con el que se busca eludir la prohibición constitucional que le impide a ella suceder a su esposo en el cargo, se ha levantado una ola de indignación cuyo principal argumento, en la mayoría de los casos, apela a la ética y la moral. Por ser un hecho que tiene que ver con la moralidad o inmoralidad de una acción determinada, lo cual nos conduce inevitablemente al ámbito de la ética, me tomo el tiempo para referirme a él, aun cuando soy consciente de que existen temas mucho más importantes que exigen nuestra atención y esfuerzo, pues este hecho no pasa de ser una especie de culebrón local. En ningún momento pretendo unirme al coro de puritanos moralistas que todos los días escriben en los medios de comunicación, ya que han encontrado en este escándalo una forma de aumentar sus ventas o desahogar complejos. Tampoco, busco defender a nadie ni quedar bien con nadie, pues no tengo necesidad de ello.

Sin embargo, antes de entrar de lleno en el tema, creo necesario aclarar algunas cosas. Primero, se debe distinguir entre ética y moral pues, aunque en el lenguaje coloquial se usen como sinónimos, en sentido estricto no lo son. La ética es una parte de la filosofía que analiza los principios sobre los que descansa cualquier código moral. Si la filosofía, por naturaleza, es una disciplina teórica, se infiere que la ética también lo es. Y de ésta se ocupan los filósofos, que son los profesionales cuya tarea principal es reflexionar sobre los fundamentos generales de la realidad, tanto objetiva como subjetiva, es decir, de esa realidad que está fuera de nosotros como de la que está dentro. Así pues, el caso que nos ocupa se ubicaría, en última instancia, en el ámbito de la moral y no de la ética, pues tiene que ver más bien con que si la conducta de estos personajes se adecúa o no a unas normas morales determinadas.

Segundo, como agentes morales que somos, los seres humanos realizamos acciones que pueden ser morales, inmorales o amorales. La moralidad o inmoralidad de nuestros actos, o los del otro, dependen del código moral que nos sirve para juzgarlos. Por lo tanto, los juicios de valor se refieren a acciones concretas, de seres concretos. El filósofo lo que hace es reflexionar y analizar sobre los fines que buscan los seres humanos cuando actúan de una u otra manera. La ética es, pues, la parte teórica y la moral la parte práctica de la acción humana. Nuevamente: el supuesto divorcio del presidente y su esposa tiene que ver con la moralidad o inmoralidad que reviste, y no con la ética.

Tercero, no todos los actos humanos son susceptibles de juicios de valor moral. A diario realizamos acciones que no tienen nada que ver con la moralidad. Es el caso de si alguien prefiere comer pastas o ensaladas, si corre o se sienta a leer, si se viste de una u otra forma. Podemos afirmar que correr ayuda a la salud y que, por lo tanto, es bueno pero cuando formulamos este juicio, no lo hacemos en el mismo sentido en que decimos que ser justo es bueno. La bondad de correr o no, no tiene nada que ver con el ámbito de la moral. De lo anterior se desprende que un acto humano puede ser moral, inmoral o amoral. Es moral, cuando se ajusta a las normas que dicta un código moral particular; es inmoral, cuando va en contra de dichas normas y es amoral, cuando no es susceptible de un juicio de valor moral. Por lo tanto, es erróneo afirmar que lo que la pareja presidencial está haciendo, al promover un divorcio ficticio es amoral (como insisten algunos columnistas que escriben a diario sobre este tema). En todo caso, y en sentido estricto, se debería decir que es inmoral ya que, aparentemente, va en contra de ciertas normas de conducta que hemos reconocido como buenas. Si tales normas son buenas o no en sí mismas es otro tema, del que deberían ocuparse los filósofos de la moral.

En el revuelo que ha provocado esta noticia, lo que percibo es la natural reacción hipócrita de una sociedad conservadora, de doble moral, como la nuestra. Muchos de los que hoy se tiran de los pelos y se escandalizan por lo que esta pareja hace, son los mismos que no tienen ningún problema en ponerle los cuernos a la esposa o al esposo, o los que se hacen de la vista gorda ante el hambre de un niño en la calle o el ridículo de un anciano que, cual bufón, hace piruetas en la vía pública a cambio de unas pocas monedas que le permitan sobrevivir, o que no dicen nada de los que maltratan a un animal. Repito: en ningún momento pretendo defender a nadie pues no me interesa quedar bien con nadie. Además, mejores defensores tendrá el presidente y su consorte, defensores a sueldo que bien sabrán desquitar su paga. Lo que me impulsa a escribir esto, es más bien la repulsa que me provocan las moralinas hipócritas de las buenas conciencias que se escandalizan ante hechos que únicamente atañen a quienes se ven involucrados en ellos.

Considero que el problema de fondo en esta acción no es de índole moral. Probablemente estén cometiendo una ilegalidad, ya que abiertamente han confesado que lo del divorcio es una salida a un impedimento legal, puesto que aún se aman profundamente. Quienes habrán de determinar si están cayendo en fraude de ley o no, serán los abogados de la oposición y los organismos respectivos. A mi juicio, el verdadero problema radica en el desprestigio, el deterioro cada vez mayor que, situaciones como esta, afectan el ejercicio de una noble profesión: la política. Ya de por sí en Guatemala, la política está mal vista, está desprestigiada, desvalorada, como para que vengan estos politicastros, en su ambición desmedida, a echarle más lodo.

El descrédito de la política, provocado por estos mismos politiqueros, únicamente los favorece a ellos. Como he escrito en otras ocasiones: el resultado de la imagen negativa de la política lo que ha dado como resultado es que personas capaces y honradas prefieran abstenerse de involucrarse en ella, so pena de ser tildados de ladrones, corruptos o sinvergüenzas. Es decir, quienes salen ganando con la degradación de la política son los mismos quienes la generan, pues la mayoría de ciudadanos prefiere permanecer lejos de este ámbito, tan connatural a la esencia humana. Dicho alejamiento se manifiesta en la indiferencia ante los problemas sociales, en la poca participación en los asuntos públicos, en la falta de educación cívica, en el dejar en manos de otros lo que a todos, como miembros de la sociedad, nos corresponde.

Como resultado de todo lo anterior tenemos una sociedad apolítica, atrasada, subdesarrollada, atrapada por una cadena de problemas que otras sociedades, más avanzadas, han superado desde hace mucho tiempo. Por eso, Guatemala sigue siendo uno de los países más injustos y desiguales del mundo. De ahí que lo grave del asunto de marras, sea que se mantenga esa imagen negativa de la política. Por lo mismo, lo urgente es rescatarla y volver a colocarla en el lugar que merece, ya que la política es algo tan importante que no podemos, ni debemos, dejarla únicamente en manos de estos pseudopolíticos.



[1] Profesor titular de Filosofía, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.