lunes, 1 de marzo de 2010

Por una educación liberadora

*Harold Soberanis

En otras ocasiones me he referido a la necesidad de enfatizar el importante papel que juega la educación, en relación a la configuración de individuos responsables y activos, que con su esfuerzo constante construyan sociedades mejores. Lograr una sociedad más digna y justa, donde cada quien tenga lo necesario para alcanzar una vida plena es un deseo de todos, sobre todo en los tiempos que corren.

Ahora bien, no puede ser cualquier tipo o modelo de educación el que se proponga, pues de ser así, se presenta el riesgo que nuestros esfuerzos sean inútiles. Por eso mismo, es necesario reflexionar sobre el tipo de educación al que aspiramos.

A mi juicio, una verdadera educación que proporcione a todos los miembros de la sociedad los instrumentos que les permitan alcanzar el bienestar que se desea, no puede ser otra más que aquella que libere al ser humano, de formas de pensamiento que le condenan a la servidumbre de todo tipo. Determinadas formas de pensamiento pueden conducirnos a acciones perversas que nos desnaturalizan y separan de los otros. Es el caso, por ejemplo, de la violencia generalizada en la que vivimos y que puede llevar a un individuo a justificar hechos abominables, como el asesinar a otro para robarle un teléfono que después vende y con ese dinero sostener a su familia. En ningún sentido puede justificarse tal acción.

Este tipo de conducta es posible a partir de formas de pensamiento que desfiguran la realidad moral de la persona. El origen de estas formas hay que buscarlo en el ambiente social que, a través de prácticas perversas, multiplican un discurso consumista y enajenante, el que a su vez es producto de un modelo socioeconómico que ha desvirtuado el carácter social y solidario del ser humano.

En este sentido, el modelo de educación que actualmente se promueve y practica en nuestra sociedad, ha contribuido a la reproducción de formas de pensamiento enajenantes que desembocan, inevitablemente, en formas violentas de comportamiento y fragmentación de la persona humana. Por ejemplo, ahora ya no se habla de objetivos, sino de competencias, inculcando en la mente de nuestros jóvenes, la validez de un discurso que pretende justificar la ambición y la codicia, fundamentándose en una supuesta naturaleza humana egoísta.

A mi juicio, una verdadera educación debería promover en el individuo, el rechazo a estas formas alienantes de comportamiento. Para ello se necesita que tal educación incentive en el educando, un pensamiento crítico que le permita juzgar las acciones sociales en su justa dimensión. Un pensamiento crítico significa ser capaz de analizar determinadas acciones, de acuerdo a valores que todos reconocemos como dignos. De esa cuenta, no se puede considerar la codicia y la indiferencia como valores positivos, que orienten el actuar de los miembros de la sociedad. No puede ser mejor el egoísmo, que la solidaridad entre seres humanos. Si bien es cierto todos buscamos estar mejor de lo que estamos, ese “estar mejor” no puede alcanzarse a base de explotar y marginar a los otros. Nunca se podrá justificar considerar al prójimo como peldaño sobre el que hay que pasar, para lograr nuestros propósitos.

Ese mismo cultivo de un pensamiento crítico debe llevarnos a tomar conciencia de nuestro papel como ciudadanos, es decir, de seres pertenecientes a una sociedad en la que cada uno juega un papel importante para su construcción. Lo que conlleva a tomar posiciones políticas válidas y a no rechazar la práctica de la política, argumentando que ésta es sucia. Esa indiferencia a la política favorece de maravilla a la clase politiquera que nos gobierna y que cada vez más nos hunde en la miseria de todo tipo. Pero la única manera de participar positivamente en el ámbito político de la sociedad, es a través de una actuación que se rija por valores morales sólidos y una actitud crítica.

Es necesario distinguir entre una actitud crítica y una “criticona”. No se trata de señalar lo malo de la realidad por el simple hecho de hacerlo, sino de analizar y comparar las acciones humanas o los hechos que acontecen, con el fin de encontrar criterios válidos de comportamiento. Y éstos únicamente pueden serlo si se fundamentan en valores permanentes, que contribuyan al crecimiento moral de la persona, es decir, si contribuyen a su dignificación como ser humano y nunca a su degradación.

De esa cuenta, pues, se debe replantear el modelo actual de educación con el fin de configurar uno nuevo. En este sentido, me parece que una propuesta que debe considerarse seriamente, es la que hace mucho tiempo hizo Paulo Freire, cuando planteaba un tipo de educación que se vinculara con el individuo, a partir de la realidad concreta en la que se encuentra. En otras palabras, lo que Freire proponía era una educación que partiera del contexto material de la persona, de su realidad inmediata y no de consideraciones ajenas a ella. Sólo una educación que mantenga esta vinculación del individuo y su realidad, puede generar en él un pensamiento crítico, el cual le puede permitir ser un sujeto activo y propositivo en la transformación de su entorno y, por ende, en la configuración de un ser humano más pleno y realizado.

Una educación que fomente un pensamiento crítico es, pues, fundamental para la formación de seres humanos responsables y participativos. Y ésta, debe comenzar desde la niñez ya que serán los niños quienes, en un momento determinado, tomen las riendas de la sociedad. Desde temprana edad, se les debe inculcar el respeto y el compromiso con el prójimo. Se les debe enseñar que los otros, son seres humanos dignos y que cada uno es, como diría Kant, un fin en sí mismo y nunca un medio. Sólo de esta manera podremos aspirar a una sociedad justa y equitativa, aspiración que todas las personas honestas y de buena educación debemos tener.

*Candidato a Doctor en Filosofía. Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC. Prosophia.blogspot.com