viernes, 13 de noviembre de 2009

El papel del intelectual en el mundo de hoy

*Harold Soberanis

En una ocasión, Sartre definió al intelectual como “aquel que es fiel a un conjunto político y social, pero no deja de discutirlo”. Tratar de definir qué es un intelectual y cuál es el papel que debe jugar en su entorno social, ha sido una preocupación de los mismos intelectuales en todos los momentos de la historia.

Como toda cuestión teórica, no es fácil dar una definición de lo que se puede entender por un intelectual y de su papel en la sociedad. Sobre todo ahora, en estos tiempos, en que muchos autodenominados intelectuales han desprestigiado el oficio.

A mi juicio, la definición que da Sartre de un intelectual es bastante acertada. Todo intelectual debe asumir una posición definida y defenderla. Esto no obsta para que cuestione su propia ideología y revise continuamente sus mismas tesis. Ningún intelectual puede pretender que su pensamiento sea un dogma incuestionable. Su propia honestidad intelectual, le exige revisar constantemente su pensamiento, ajustando al momento actual lo que deba ser ajustado.

En una de sus obras, Marx dijo que no era “marxista”. Yo interpreto esta afirmación, precisamente en el sentido de que ningún pensador, por mucho que confíe en su sistema, puede pretender que sea absoluto. Siempre existe la posibilidad de revisarlo y replantearlo. Además, es necesario considerar otras posiciones que pueden echar luces a la propia. El verdadero intelectual, pues, debe siempre estar abierto a otras maneras de ver las mismas cosas.

Respecto al papel que todo intelectual debe jugar en su sociedad, creo que es la de servir de guía, sin creerse infalible o dueño de la verdad. Sin embargo, debe asumir una posición y esto ya implica presuponer como válidas y verdaderas ciertas ideas, pues de lo contrario no cumpliría con su rol, es decir, el de ser orientación a los demás.

Sin pensar en que su concepción de la realidad sea absoluta, sí deberá estar seguro y confiar firmemente en determinadas tesis, abriéndose a otras posibilidades. El intelectual es una especie de conciencia crítica de su época y su sociedad, señalando los caminos por donde ésta deberá conducirse. Puede que se equivoque, al fin y al cabo es un ser humano, pero deberá tener la suficiente honradez para reconocer lo equivocado o no de su planteamiento.

Por otro lado, en tanto ser social, el intelectual no desarrolla su trabajo de manera aislada. Su propia actividad está determinada por la de los demás y deberá saber articularla con otros saberes para complementarla.

Debo reconocer que cuando estoy hablando de lo que es un intelectual, estoy pensando en el filósofo, por ser ésta mi propia profesión, pero en ningún momento rechazo la figura de un escritor o científico, por ejemplo. Estos también, en su profesión desarrollan un trabajo intelectual.

También debo reconocer que asigno mucho valor a la actividad intelectual por encima de la manual, sin negar el valor que ésta pueda tener. Y esto se debe, al menos en mi caso, a la influencia que los mismos filósofos ejercen sobre mi pensamiento, especialmente Aristóteles.

En efecto, es Aristóteles quien, en su propuesta ético-política, reconoce la superioridad de la actividad intelectual. Para el Estagirita, como sabemos, la filosofía es la más digna de las ciencias humanas, precisamente porque no tiene un fin ulterior y se basta y justifica a sí misma. Esta autonomía le da, a la filosofía, un valor superior. De ahí que el filósofo, es decir quien se dedica al cultivo de la filosofía, sea el más independiente de los hombres y su actividad tenga más valor. Además recordemos que estos pensadores griegos despreciaban de suyo el trabajo manual, por considerarlo indigno del hombre libre, del ciudadano.

Esta posición puede ser cuestionada, y de hecho lo es, pero me sirve para lo que quiero ilustrar, esto es, el valor del trabajo intelectual. En sociedades como la nuestra, donde aún no resolvemos una serie de problemas que otras sociedades ya han superado, el trabajo intelectual es despreciado y quien se dedica a él es visto como un parásito. Esta es una visión totalmente equivocada y responde al poco valor que se le asigna al trabajo intelectual. Países del primer mundo, como USA, por ejemplo, es puesto frecuentemente como modelo del desarrollo tecnológico. Pero se olvida que si bien posee un alto nivel de desarrollo científico y tecnológico, esto se debe a que posee una fuerte base teórica sin la cual aquél hubiese sido imposible alcanzar tal desarrollo. Estos países del primer mundo, pues, valoran altamente el papel que sus intelectuales juegan en sus sociedades.

De esa cuenta, creo que se debe ir cambiando la concepción que se tiene del intelectual y su trabajo y reconocer que sin él las sociedades están desorientadas lo que impide que alcancen el nivel de desarrollo que se desea. El intelectual, pues, es necesario e importante en las sociedades, ya que sin él éstas se encuentran a la deriva. De ahí el papel que juegan en su entorno que es, en resumidas cuentas, la de servir de guía y conciencia crítica a sus sociedades.

* Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC
Prosophia.blogspot.com



viernes, 16 de octubre de 2009

El Che

*Harold Soberanis

El 8 de octubre de 1967 era capturado en la selva boliviana, y asesinado cobardemente un día después, el doctor Ernesto Guevara de la Cerna, más conocido como el Che. De esto pues, hace 42 años. Figura fundamental y controvertida de la Revolución Cubana su ejemplo de lucha y sueños por un mundo mejor siguen siendo vigentes, sobre todo en un mundo como el de hoy que, a diferencia del que él soñó, se ha vuelto más injusto y desigual, menos digno, pues se asigna más valor al tener que al ser, se premia la corrupción y se degrada el pensamiento.
Como todo personaje de la historia, de esos que dejan huella a su paso por la vida, tiene tantos seguidores como detractores, lo que viene a demostrar que pertenece a ese grupo minoritario de los “imprescindibles”, como diría Brecht.
Su rostro es conocido por muchas personas a lo largo del mundo, incluso en aquellos lugares donde la cultura y forma de ser es tan diferente a las del pueblo latinoamericano. Ese rostro quedó inmortalizado por la ya famosa fotografía de Alberto Korda quien, en un acto publico al que asistía Guevara, lo logró captar en un momento único e irrepetible. Ahí, en la mirada perdida en el horizonte, se reflejan los ideales y sueños visionarios de un hombre que vivió y murió coherentemente, pues su pensamiento, sus palabras y su acción fueron un todo.
Ese mismo rostro ha sido comercializado por la “mano mágica” del mercado, símbolo inequívoco de un sistema económico que reproduce las desigualdades e inequidades y que, paradójicamente, él tanto combatió. El haber comercializado su rostro en camisetas, vasos y cuanta tontería se puede inventar, fue el único modo de “matarlo”, como afirmó alguien alguna vez. Empero, aun en el caso de que esto hubiese sido posible, sus ideas revolucionarias no han perdido vigencia ni han podido ser olvidadas. Sigue siendo un ejemplo en todos aquellos lugares donde se persigue el ideal de un mundo más justo, donde se lucha por reivindicar la libertad humana y donde siguen existiendo hombres y mujeres que son explotados y denigrados. En fin, sigue siendo un símbolo para los pueblos que buscan la emancipación, la libertad y la dignidad.
Como un fiel aventurero, en el buen sentido de la palabra, el Che no pudo ajustarse a un cargo burocrático como el que le fue encomendado luego del triunfo de la Revolución. El haber aceptado dicho cargo, cuando era un hombre de acción y no de estar sentado en un escritorio, fue un error de su parte que provocó serios problemas a la economía cubana, sobre todo en ese período de transición en el que Cuba pasaba de una dictadura retrógrada a asumir su propio destino como un pueblo digno. Ese ha sido un error que muchos de sus enemigos se han encargado de exagerar para denigrar su figura, pero fue un error del cual él sacó provecho.
Sin embargo, es meritorio de su parte el hecho de haber dedicado muchas horas al estudio de la economía, de la que sabía poco pero que terminó sabiendo mucho. Es muy conocido que pasaba interminables horas en su despacho del Ministerio y que en ese tiempo infinito, no sólo aprendió economía y otras cosas importantes, sino que leyó la filosofía de Marx, la que le ayudó a comprender muchas circunstancias de la historia de los pueblos del mundo y, sobre todo, a entender la nuestra, la de Latinoamérica y su trágico destino.
De ahí surgió su odio visceral a todo signo de imperialismo, en especial al norteamericano, pero también al soviético, del que desconfiaba profundamente. Esta misma desconfianza fue la que le mantuvo atento a las posibles consecuencias negativas que, futuras alianzas con los soviéticos, podían traerle a Cuba. En determinados momentos aceptó ser socio de los soviéticos, más por alejarse de los gringos, que por pensar que los rusos eran mejores. Esta misma desconfianza a ambas potencias enfrentadas en el marco de la Guerra Fría, fue lo que lo vinculó a otros pueblos con los que se sentía más afín, pues encontraba entre ellos y nuestra Latinoamérica más coincidencias que diferencias.
Estas coincidencias, tanto como su sentido de aventura, le llevaron a emprender muchas misiones en el mundo con las que, como un San Martín o un Bolívar contemporáneo, pretendió llevar la libertad a los pueblos sojuzgados de la tierra. Fue solidario con ellos y con sus luchas reivindicativas, y fue solidario con todo aquel que, en algún lugar del planeta, era víctima de la explotación y la esclavitud.
Como ser humano cometió muchos errores, eso es innegable, pero dejó como ejemplo para todos los que aún creemos en la dignidad humana, una impronta de justicia que difícilmente se borra con el paso de los años.
Cuando aún no era el Che, pasó por Guatemala, y fue testigo privilegiado de la intervención norteamericana que desembocó en el derrocamiento del gobierno legítimo y popularmente electo de Jacobo Arbenz. Este hecho despertó su conciencia social y su sentido de hermandad.
En sus dos ya famosos viajes por Latinoamérica conoció de cerca la miseria y el hambre de miles de seres humanos que, habitando en un continente infinito de riquezas, se morían de hambre, pues una minoría se quedaba y gozaba del fruto del trabajo de todos. Estos viajes al interior de un pueblo esquilmado por el imperialismo, le llevaron también a un recorrido interno que le permitió descubrir su sentido existencial y la causa por la que habría de vivir y morir.
Algo que no debemos olvidar, es la concepción guevariana del “Hombre Nuevo”. Este Hombre Nuevo, debía ser producto de la revolución que todos los pueblos dignos del mundo debían emprender. La revolución era necesaria pues era la única vía de transformación de las condiciones de explotación y deshumanización que un sistema en sí mismo perverso había provocado. Dicha revolución traería pues, un mundo mejor, una sociedad más equitativa. Pero una sociedad está conformada por seres humanos de carne y hueso y eran estos hombres y mujeres quienes debían realizar y preservar los ideales socialistas. De ahí su insistencia en la configuración de un nuevo hombre que se guiase por valores morales nuevos que contribuyeran a su configuración. Este era el Hombre Nuevo de Guevara, el que sigue ideales y no bienes económicos.
Todo esto suena hoy día, en un mundo mercantilizado y alienado, como una utopía imposible. Sin embargo, sigue siendo, la utopía, la única posibilidad de salvarnos del desastre al que nos ha condenado un sistema económico nefasto. Recordar estos ideales y luchar por que se realicen debería ser el mejor homenaje a la memoria de un gran hombre como el Che.
*Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, Usac.
haroldsoberanis@usac.edu.gt
www.prosophia.blogspot.com



jueves, 10 de septiembre de 2009

Cambalache

*Harold Soberanis

Mi gusto por el tango me viene de las ya lejanas tardes de sábado cuando, junto a mi padre, mis hermanos y yo nos veíamos obligados a escuchar los innumerables discos de acetato que, en un ritual interminable, él ponía para escuchar a Gardel, ese fabuloso tanguero que cada día canta mejor.
A fuerza de oír esa música, fui tomándole el gusto, de tal manera que hoy día, cuando ya mi padre no está, sigo buscando esos viejos discos y, repitiendo ese ritual de cada sábado, los coloco y escucho con sumo placer. Claro, ahora son mis hijos quienes “sufren” esta afición mía.
De entre los muchos tangos que me sé de memoria, hay uno que me causa un particular sentimiento. Ese tango es “Cambalache”, escrito en 1935 por Enrique Santos Discépolo, más conocido como “el filósofo”. Este prolífico autor, dejó grandes composiciones que aún se escuchan y que son como requisito obligado del repertorio para todo aquel cantante de tango que se respete.
La versión que yo escuchó, sin embargo, es la que cantó Joan Manuel Serrat en un concierto de hace mucho tiempo, concierto que fue titulado “En directo”.
Este tango “Cambalache” describe, con agudeza e ironía, lo que su autor estaba viviendo y observando acerca de los cambios vertiginosos que se desarrollaban en la primera mitad del siglo pasado. Lo que más llama la atención es que, según Discépolo, se estaba perdiendo, ya en esa época, el respeto por los valores que hasta entonces habían sido puntos de referencia en el actuar de la gente, y todo se mezclaba en una amalgama cínica, al estilo de los cambalaches, esas tiendas donde se vendían muchas cosas de segunda mano, y que eran exhibidas en una abigarrada mescolanza.
Según Discépolo, lo mismo ocurría en la sociedad de su momento, pues daba igual vivir honradamente que no, ya que todo era válido. Me parece que este tango, aún con las limitaciones propias de su momento histórico, anunciaba, muy a su manera, lo que muchos años después señalaría el posmodernismo: que no hay puntos de referencia y que por lo mismo, todo se vale.
Es increíble que a pesar del tiempo transcurrido, cuando uno escucha este tango, pareciera que está oyendo la descripción de situaciones cotidianas, situaciones y hechos que se dan a nuestro alrededor. Y no puede uno dejar de comparar a aquélla Argentina de la primera mitad del siglo XX con la Guatemala actual, pues resulta que hoy ser corrupto y sinvergüenza es tan valioso como lo contrario y que, aún más, en algunos casos se exalta más que la honradez. Cuántas veces no hemos escuchado que se alaba la astucia de nuestros políticos de turno al decir que fulano o zutano fue muy listo pues supo robar y hacerse rico sin que los demás nos diéramos cuenta. Incluso se llega a aceptar que estos politiqueros roben “un poquito” con tal de hacer un poco de obra social.
Estos mismos individuos, son los que después salen en la televisión dando consejos a todo mundo e intentan moralizar a una sociedad que ellos mismos han corrompido y prostituido.
Por eso, este tango “Cambalache” me sigue pareciendo el mejor en describir los tiempos que vivimos. Como siempre, Guatemala es el ejemplo perfecto de la descomposición social en la que estamos hoy día, esa descomposición que destruye a toda la humanidad. Esto es muy bien aprovechado por las grandes empresas capitalistas que, en su insaciable voracidad, bombardean a todo mundo, pero especialmente a nuestra juventud, con una serie de mensajes que incitan al consumismo irracional, bajo el argumento que más vale tener que ser. De esa cuenta, se privilegia la posesión de objetos y se desprecia la vida virtuosa que es la que, al fin de cuentas, nos da valor y nos hace mejores cada día.
Si a este consumismo contraponemos la pobreza en la que se encuentran sumergidos millones de seres humanos en todo el mundo, comprendemos entonces esa contradicción, esa angustia que se esconde en el corazón de muchos hombres y mujeres y que se expresa en la decadencia moral y delincuencia que nos agobia. Pues resulta que como es mejor tener que ser, y dado que no cuento con los medios económicos para atesorar cosas, no me queda otra que robar, pues de lo que se trata es que los demás me vean y me valoren por lo que tengo, aunque los medios para conseguirlo no sean lícitos.
Y ahí está también el mal ejemplo de nuestros politiqueros que con desfachatez y cinismo hacen alarde de la buena posición social que tienen, aunque todo mundo sepa que para lograrlo tuvieron que robar. Después el sistema los premia nombrándolos ministros o diputados, y la cosa queda como si nada hubiera pasado.
Como no soy ningún puritano no es mi intención lanzar moralinas a la gente. Mi intención es apelar al buen juicio, a la reflexión, al análisis que nos proporciona la filosofía, confiando en que nos demos cuenta de nuestras acciones y dejemos de premiar a quien no se lo merece. Como dijo Camus, “el éxito es fácil obtenerlo; lo difícil es merecerlo”. Y para merecerlo el único camino que tenemos es el de la virtud que es el justo medio y el hábito de las buenas acciones, tal como afirmó Aristóteles.
Por eso sería bueno que todos los días escucháramos el tango “Cambalache”, pues nos haría pensar sobre lo que estamos haciendo para saber si nuestra conducta es la correcta.

*Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.
Prosophia.blogspot.com

viernes, 14 de agosto de 2009

La decadencia de Occidente

*Harold Soberanis

Hoy día es muy común oír, de personas de diferente nacionalidad o condición étnica, hablar de la decadencia de Occidente y con ello resaltar el valor y la importancia de otras culturas, históricamente subordinadas a aquélla. A la cultura occidental le achacan todos los males del mundo: las guerras, las enfermedades, las crisis económicas y vaya usted a saber cuántas cosas más.
Sin negar el valor que puedan tener culturas como la China, la Hindú o la Maya, para sólo señalar algunas, me parece exagerado y un rasgo de ignorancia, culpar a la cultura occidental y todos sus productos, de los males del mundo de hoy y de siempre.
No me opongo a la reivindicación que se hace de esas “otras” culturas, pero lo que me parece rechazable, es que se les quiera idealizar y, a la vez, descalificar la cultura occidental de la que, nos guste o no, somos herederos.
La cultura occidental ha dado a la humanidad grandes aportes: la filosofía, la ciencia, el derecho, etc. Claro, también ha producido muchas aberraciones. Pero, ¿qué cultura no lo ha hecho? ¿O es que acaso por venir de estas culturas subordinadas, todas las prácticas que la configuran son válidas? ¿Puede ser válida, por ejemplo, el sacrifico de los prisioneros para adorar a supuestos dioses, o la castración de la mujer para que no sienta placer sexual? No creo que haya alguien quien, en su sano juicio, pueda defender semejantes prácticas irracionales.
La cultura occidental y el mundo que la refleja no es la única culpable de las cosas que suceden en este mundo. Esto viene a cuento porque recientemente escuché a un pensador chileno, señalar a la cultura occidental como el nido de donde surgen los males del mundo.
Creo que mucho de esta actitud de rechazo a todo lo occidental, viene por esa tendencia de moda a glorificar todos los elementos culturales de otros pueblos. Ahora resulta que en esas culturas reside la sabiduría del mundo, por lo que hay que volver la vista hacia ellas, tratando de encontrar la respuesta a todos los males que nos aquejan.
No niego que estas culturas puedan tener elementos valiosos que hay que rescatar, pero no hay necesidad de condenar todo lo occidental.
Este rechazo a la cultura occidental no es nuevo. Recuerdo que ya a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, varios filósofos pusieron en duda el valor e importancia de la cultura occidental. Sobre todo, cuestionaron el proyecto de la Razón como la facultad humana por excelencia, con la que podíamos comprender la realidad. Este es un elemento que los griegos establecieron en su proyecto filosófico: tratar de comprender y penetrar el mundo, la realidad, desde la pura racionalidad.
Obviamente, esto ya no es posible. Es verdad que muchas aberraciones se han cometido en nombre de la Razón: las guerras, los genocidios, la explotación, etc. Pero culpar de todo lo malo a la Razón, me parece que no es el camino correcto.
En sociedades como la nuestra, donde el grado de violencia y descomposición social es altísimo, donde la vida no vale nada, donde la corrupción y el latrocinio son los valores predominantes, bien nos vendría un poco más de racionalidad, un poco más de guiar nuestra existencia social por los dictámenes de la Razón. Claro que el ser humano no se agota en la racionalidad. El hombre es mucho más que eso, pero la Razón, bien entendida, pude conducirnos por el sendero correcto. Por medio de ella podemos construir una sociedad mejor, más equitativa y justa.
Con la posmodernidad se cuestiona la Razón y se enfatizan otras esferas de la naturaleza humana. Se habla de la falta de referencias y se afirma que todo es válido. Se cuestiona la cultura occidental y se reivindican otras culturas. Esto ha traído como consecuencia que se haya derivado en un relativismo de toda índole. Ahora resulta que no es prudente tomar posiciones políticas, se condenan las ideologías y se dice que lo conveniente es no tomar partido. Se condena la derecha y la izquierda por igual y la moda es estar en contra de todo y a favor de nada.
Esto resulta grave, porque precisamente gracias a esa falta de toma de posición, no se plantea nada, ni se critica la realidad con bases teóricas fuertes, ni se proponen soluciones racionales a los problemas que nos aquejan. Todo vale y al final nada es valioso.
Señalar la crisis de la cultura occidental debería estimularnos a buscar soluciones, retomando los ideales originales de tal cultura. No se trata simplemente de hablar de una supuesta “decadencia” de Occidente, sino de señalar que la humanidad en su totalidad necesita una renovación de sus postulados para de ahí, plantear soluciones plausibles.
Pero antes de proponer soluciones debemos saber qué es lo que está mal. Se necesita hacer una crítica de la realidad, para obtener un diagnóstico de nuestra situación y a partir de ahí plantear posibles soluciones, pero sin despreciar la Razón, ni idealizar culturas.
Es imposible que nos pongamos de acuerdo en todo, pero deberíamos buscar los consensos mínimos que nos permitieran llevar a cabo una renovación de la especie humana. Personalmente, no creo que Occidente esté en decadencia ni que haya que rechazar todo lo que viene de esta cultura. Creo que la sociedad humana en general, está en crisis y que la única solución a nuestros problemas está en encontrar los puntos en común de todos los grupos humanos, tratando de consolidar aquellos valores que son vitales para nuestra preservación, ajustar a la realidad aquellos que haya que ajustar y olvidar los que ya no responden al contexto actual. Pero esto sólo es posible desde el ejercicio de la racionalidad, del diálogo abierto y honesto, de la toma de posición política y desde el planteamiento ideológico que nos define y nos da identidad.
Que quede claro que no menosprecio a esas otras culturas. Recordemos que toda cultura es invento humano y como tal tiene sus cosas buenas y malas. Lo que rechazo es esa inclinación a desvalorizar lo occidental a la vez que se glorifican las otras culturas, sin tomar en cuenta que todas tienen elementos que son condenables.
No se trata pues, de hablar de la decadencia de Occidente y de reivindicar sin más, a otras culturas, sino de ser críticos y analizar las cosas para juzgarlas como son. Y esto, insisto, sólo puede darse desde el ámbito de la Razón, ese gran invento de los filósofos griegos, constructores junto a otros, de la cultura occidental a la que debemos tanto.

* Profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

miércoles, 5 de agosto de 2009

Utopía y praxis

* Harold Soberanis

Es conocido que el Materialismo Dialéctico y el Materialismo Histórico son dos esferas de una concepción general de la realidad que pretende interpretar, dicha realidad, desde una posición fundamentalmente material. En este sentido, esta concepción se convierte en una filosofía o teoría general del universo.
Sin embargo, dicha filosofía no es sólo una interpretación de la realidad, no es sólo una teoría que nos explica los fundamentos de esa realidad, sino que es, sobre todo, la insistencia en la posibilidad de transformación de dicha realidad. Es decir que, el materialismo dialéctico y el materialismo histórico no se agotan en la pura interpretación de los hechos puesto que, lo que buscan en última instancia, es interpretar y comprender la realidad social con el fin principal de transformarla, modificarla de manera radical, esto es, desde la raíz.
Para muchos críticos de esta filosofía materialista, llevar a cabo una transformación radical de la realidad, realidad social en la que estamos inmersos, es una utopía, en el sentido de ser algo irrealizable, una quimera propia de poetas o soñadores.
Sin embargo, la utopía, como ya he escrito en otras ocasiones, no es sinónimo de irrealizable, no debemos entenderla como algo imposible, sino todo lo contrario, es decir, como la posibilidad de lo concreto.
Ahora bien, la realización de la utopía implica una práctica concreta puesto que alcanzarla no es posible desde la pura teoría. Esta, la teoría, debe articularse coherentemente con la praxis, como única vía posible de realización. De ahí la importancia de desarrollar una praxis lógicamente articulada, que despliegue las posibilidades infinitas de transformación de la realidad.
Considerar estas posibilidades y emprender acciones concretas que nos lleven a su realización, no es la utopía renacentista que vislumbraba una sociedad perfecta donde no existían conflictos entre los hombres. Es más bien la consideración de la utopía posible, la utopía que puede realizarse siempre y cuando se den las condiciones materiales para ello pero, sobre todo, los hombres emprendan acciones que la hagan real.
De esa cuenta, utopía y praxis son dos elementos de un proyecto político que debe desarrollarse en un movimiento dialéctico continuo, que vaya superando las etapas precedentes y desemboque en una sociedad humana más justa e igualitaria. Vislumbrar esta utopía no es una quimera, no es algo imposible.
Toda teoría debe tener un lado práctico, en el sentido de ser el instrumento por medio del cual se logre concretar. Por lo tanto, la praxis es fundamental para cualquier proyecto político. A su vez, la praxis debe estar sustentada en una teoría coherente.
El materialismo dialéctico y el materialismo histórico, como concepciones de la realidad, constituyen una utopía, la única que puede emancipar al hombre de las cadenas de la opresión que ha producido un sistema perverso en sí mismo. Ahora bien, la posibilidad de que dicha utopía se realice no depende únicamente de la coherencia que posea la teoría que la sostiene, sino también de la praxis que pueda desarrollarse.
Dicha praxis será el reflejo de acciones concretas que, hombres concretos, puedan emprender y que vayan posibilitando dialécticamente, la realización de la utopía.
Esta articulación, utopía-praxis, debe desarrollarse sobre la concepción materialista de la realidad, pero sin caer en mecanicismos, pues éstos no explican la realidad como es.
La utopía es emancipación del hombre, por lo tanto, implica una idea de humanismo, pero no de un humanismo idealista que disocia al hombre de su condición material en la sociedad, sino de un humanismo que resalta y profundiza la condición material primaria del ser humano. Considerar al hombre desde una perspectiva idealista, es negarle su verdadero ser. No se puede hablar, por lo tanto, del Hombre como una abstracción, sino del hombre concreto inmerso en un sistema económico específico cuya base es material. De ahí que al hablar del hombre debamos pensar en el hombre concreto y no en una abstracción dual. El hombre es, principalmente, materia y su mundo, primordialmente, material.
Por eso, la praxis que debe desarrollarse y que desemboca en la realización de la utopía, es una praxis concreta cuya base es material e implica una concepción del ser humano como un ser único, cuyo correlato fundamental es el mundo material en el que se encuentra. Esto es, una antropología materialista.
Solamente pensando la utopía como posible, se podrán desarrollar aquellas acciones que nos conduzcan a ella. Tales acciones deberán estar fundadas en una teoría coherente que logre explicar las condiciones reales del ser humano. A mi juicio, la única concepción filosófica que logra hacer esta explicación coherentemente, es el Marxismo. Por eso hay que releer el pensamiento de Marx a la luz de las condiciones actuales. Tal lectura, objetiva y crítica, nos permitirá ajustar aquellas tesis marxistas que necesiten adecuarse a los tiempos que vivimos, sin olvidar la praxis como vía de realización de la utopía.

* Profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

miércoles, 3 de junio de 2009

Benedetti

*Harold Soberanis

Ahora que ya han quedado atrás los homenajes y encomios de la obra y pensamiento del escritor Mario Benedetti, a raíz de su reciente muerte, deseo hacer, desde mi experiencia de un simple lector, algunas reflexiones sobre este gran hombre.
Es innegable la calidad literaria de la obra de don Mario Benedetti. Muchos escritores y especialistas han señalado atinadamente los elementos valiosos de sus poemas, cuentos y ensayos. De esa cuenta, es poco lo que yo podría agregar a la valoración de tan vasta obra. Por no ser crítico literario ni cosa parecida, mi juicio acerca de este distinguido escritor, es el producto de la lectura de sus obras, especialmente su narrativa, lectura que ha provocado en mi interior regocijo y emoción al descubrir en ellas maravillosos y profundos mensajes de amor, soledad, esperanza y sueños por cumplir.
Empero, en este momento lo que me interesa particularmente es referirme a su actividad y pensamiento político. Algunos autores ya han comentado algo al respecto, aunque creo que no suficientemente. Esto es entendible, pues su producción literaria es tan inmensa que ha ensombrecido un poco ese otro aspecto de su actividad intelectual.
Ubicado políticamente en la izquierda, don Mario ha hecho una serie de comentarios y señalamientos que buscan la reivindicación del ser humano en general. Ha criticado fuertemente las políticas neoliberales que no han producido más que pobreza y desigualdad en nuestras sociedades latinoamericanas. Este hecho, a mi juicio, ha revelado la naturaleza profundamente humana de don Mario, la cual también se refleja, naturalmente, en su literatura.
Aunque he leído algunas de sus obras narrativas y poemas, es su posición política la que más me ha atraído y por la que he llegado a admirarlo. Si bien no posee una fuerte formación teórica, en términos políticos, su vocación humanista y su marcada sensibilidad de artista, le han permitido acercarse a la gente de carne y hueso y compartir con ellos sus preocupaciones y anhelos.
Su propia experiencia le permitió tal acercamiento. Víctima injusta por decir lo que piensa sin dobleces ni eufemismos, vivió exiliado durante muchos años en diferentes países que le dieron cobijo y le estimularon a seguir con su producción literaria. Esta difícil experiencia le dotó de una profunda sensibilidad para sufrir los dolores de la condición del ser latinoamericano que es, en otras palabras, la condición de vivir en el continente más desigual del planeta.
Por eso sabía lo que era sufrir, sabía lo que significaba llevar una existencia desde la condición de ser marginado y explotado que es, al fin y al cabo, la condición de vivir en el sur de este continente. Estas certezas le dieron la fuerza necesaria para fustigar un sistema opresor, perverso en sí mismo, que deshumaniza y aliena al hombre. De ahí que su objetivo principal desde la esfera política haya sido promover la reivindicación del ser humano, alcanzar su emancipación de las cadenas alienantes del capitalismo.
Si bien el arte por sí mismo no transforma las condiciones materiales que enajenan al hombre, si ayudan a transformar su ser. Ninguna obra de arte ha detenido el avance voraz de los que dominan el mundo. Sin embargo, cuando la producción artística va acompañada de una posición política reivindicativa, la obra despierta las conciencias de los seres humanos, haciéndolos más solidarios.
Esto es lo que hace que las grandes obras trasciendan su tiempo y que hablen un lenguaje universal. El verdadero arte lleva en su seno la esperanza de un mundo mejor, da aliento a aquellos hombres y mujeres que en su soledad buscan una respuesta que les motive a seguir luchando por las causas que consideran justas, lucha que le otorga un sentido a su existencia, ya de por sí precaria e incierta.
Por eso la obra literaria de don Mario Benedetti ya ha trascendido el tiempo y el espacio y mucho tiempo después seguirá enviando su mensaje de amor y justicia, su deseo por la realización de un mundo mejor, menos desigual y más digno.
Con la muerte de don Mario el mundo pesa menos, su ausencia se resiente. Ya no escucharemos su voz pausada y sabia. Sin embargo, nos queda el consuelo de sus poemas y narraciones y nos queda, sobre todo, la autoridad de su pensamiento político, que no es producto de la academia sino de la experiencia humana concreta, del día a día, de la lucha codo a codo con los más desposeídos. Esto es lo que vale, pues hace de su obra algo universal e imperecedera y de su persona, un imprescindible.

*Profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

martes, 28 de abril de 2009

Globalización, homologación y competencias

* Harold Soberanis

Una de las últimas ideas que se ha expandido a nivel mundial, reflejo de una fase tardía del capitalismo, por lo demás un sistema en crisis, es la de la globalización. Tal idea significa, en términos capitalistas, la ampliación de mercados, productos y consumidores, pero nunca de la justicia o la igualdad. De esa cuenta, según la lógica perversa de este sistema, lo que hay que hacer es romper fronteras, al menos en sentido figurativo, y que tanto productos como seres humanos puedan movilizarse libremente para, como siempre, beneficio de todos, entendiendo por “todos” a los dueños del capital mundial.
Como parte de esa moda globalizadora, se ha iniciado desde hace unos pocos años y a nivel de la educación superior, un proceso de autoevaluación de todas las carreras que se ofrecen en las universidades. Dicho proceso tiene como finalidad última la homologación de estudios que, en un lenguaje más sencillo, significa que cualquier profesional, sea cual sea su especialidad, pueda movilizarse con facilidad a otro país y, sin tener que enfrentar todo el calvario burocrático que le permita ejercer su profesión, pueda hacerlo de manera fácil. En la Universidad de San Carlos, que es donde trabajo, este proceso está en marcha.
Lo que me preocupa de todo esto no es tanto que esta moda nos venga, como sucede siempre, de los centros de poder mundial quienes, a través de la imposición de estas políticas, se niegan a renunciar a su papel de dominadores. No. Lo que me preocupa y molesta es que nosotros, países periféricos y dependientes, aceptemos estas modas como si fuera la palabra de Dios. Sin chistar y como si fuera algo natural, seguimos los lineamientos de organismos internacionales al servicio del gran capital, bajo la amenaza que de no hacerlo, nos quedaremos al margen del progreso, seremos unos desfasados de la historia, pueblos trogloditas sin cultura ni futuro, etc; etc;
A todo esto me pregunto ¿y cuando hemos participado de la fiesta capitalista y sus innumerables bondades? Si acaso, hemos sido unos tristes espectadores que, del otro lado del cristal, contemplamos boquiabiertos el banquete que se sirve dentro (no recuerdo de quién es esta metáfora, pero viene muy bien al caso).
La historia de nuestros pueblos se ha construido sobre la base de la explotación, el abuso y el irrespeto. Tal herencia nos ha vuelto individuos sin conciencia, irreflexivos, sin sentido crítico de la realidad. El mismo modelo de educación que nos han impuesto, no es más que un modelo que busca reproducir el adocenamiento, la actitud acrítica, la mediocridad. Por eso somos indiferentes a las cosas que acontecen en el Estado. Ante la actividad política preferimos mantenernos al margen, permitiendo a todos los politiqueros que sigan haciendo de esta disciplina un negocio. Nuestra indiferencia les favorece a estos grupos, pues siempre son los mismos corruptos quienes “hacen” política, es decir, siguen despilfarrando y enriqueciéndose a nuestras costillas. Además de enriquecerse a costa de lo “político” han contribuido a pervertir la política, lo que ha provocado en la mayoría la percepción de que tal actividad es algo sucio, algo a lo que las personas decentes no se dedican.
Pues bien, esta actitud acrítica y conformista no nos permite reflexionar sobre el fenómeno de la globalización y todas las consecuencias que trae. Más arriba mencionaba que también la educación se ha visto afectada por esta moda globalizadora, de ahí que se haya iniciado el proceso de autoevaluación de todas las carreras.
A mi juicio, el problema no es éste, es decir, que se pretenda homologar las profesiones, si no que no seamos capaces de discernir y comprender la ideología de dominación que subyace a dicho proceso. Y lo peor aún, es que seamos los mismos docentes universitarios, supuestamente formadores de pensamiento crítico en nuestros estudiantes, quienes no nos cuestionemos sobre la conveniencia o no, sobre la validez o no, de tal homologación y la aceptemos y nos insertemos en dicho proceso sin la más mínima duda. Ahora resulta que no ha existido idea más genial que ésta, por lo que oponernos a ella es ir en contra del progreso y el bienestar de los pueblos. Es patético ver a algunos colegas desarrollando, dentro de la Universidad, talleres y conferencias sobre la necesidad y bondad de integrarnos a dicho proceso, pero con una actitud tan sumisa e irreflexiva que, de no saber que son universitarios, pensaríamos que son lideres de alguna secta religiosa que con la amenaza de irnos al infierno si no obedecemos, tratan de forzarnos a entrar al redil.
Y resulta tan ridícula esta moda que hasta en el lenguaje se hacen modificaciones. Ahora resulta que no hay que hablar de “objetivos”, sino de “competencias”. El lenguaje no es neutral e inocente respecto a la realidad de la que brota. Hablar de “competencias” revela una actitud un tanto egoísta e individualista, pues de lo que se trata no es de buscar objetivos en conjunto con el otro, sino de competir con el otro. ¿Y qué ideología fomenta la “competencia” y el individualismo? Una ideología que parte de la idea de que somos seres por naturaleza egoístas y que por lo tanto, de lo que se trata es de estimular tal egoísmo, pues éste nos llevará al bienestar y la felicidad.
Empero, no en todo el mundo aceptan estas modas como si nada. En España, por poner un ejemplo, hace pocos meses, los profesores y estudiantes de humanidades se han opuesto al Plan Bolonia, que es la versión europea de lo que para nosotros es el proceso de autoevaluación y homologación de las carreras. Se han opuesto a dicho plan, porque en él se establece que se deben reducir las horas de enseñanza de la filosofía en función de las materias científicas. Sin negar la importancia de la ciencia, no se puede concebir al ser humano alejado de aquella esfera del saber que cultiva el espíritu y el intelecto y que es, entre otras cosas, lo que nos diferencia del animal. La oposición al Plan Bolonia ha sido fuerte y han logrado algunas conquistas. ¿Por qué en Guatemala y sobre todo en la Universidad de San Carlos no se hace algo similar?
Ya sé que los profetas del mercado dirán que veo fantasmas donde no los hay y que sufro de algún tipo de esquizofrenia que me hace ver intrigas de grupos anónimos y oscuros que confabulan a nivel mundial para hacernos pensar lo que les conviene. Pues que digan lo que quieran. Lo que yo persigo es que nos tomemos, amigo lector, un tiempo para reflexionar sobre todo esto y tratemos de encontrar y analizar las creencias e ideas que, como trasfondo, sostienen esta moda globalizadora que ya ha impactado en todos los ámbitos de nuestra vida.
Es necesario que el tipo de educación que reciben nuestros hijos cambie y fomente en ellos el pensamiento crítico, la reflexión, el análisis y la comprensión de la realidad. Estas habilidades las estimula muy bien la filosofía, por eso he insistido, y seguiré insistiendo, en que la enseñanza de la filosofía es urgente a todo nivel educativo. Esta es la única salida para dejar de ser una sociedad adormecida y conformista.}

* Profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

jueves, 16 de abril de 2009

LA ÉTICA ESTÁ DE MODA

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt


Así parece, si tomamos en cuenta la cantidad de seminarios, cursos, talleres y otras actividades que a diario se ofrecen por cualquier medio de publicidad. La mayoría de éstas, aseguran que la persona que asista saldrá de ahí siendo una persona nueva, con una renovada visión de la vida y, lo que es mejor aún, muy optimista para enfrentar los desafíos de la vida cotidiana. A juzgar por la cantidad de actividades que se publicitan, se puede inferir que las personas están muy interesadas en este tipo de charlas. Esto nos hace pensar que la gente está convencida de la necesidad de orientar su vida por principios fundamentales de conducta que le permitan, a lo largo de su existencia, ser mejores seres humanos. Sin embargo, tengo la percepción de que quienes van a estas actividades (que por cierto tienen un alto costo) quedan muy frustrados pues no salen de allí siendo mejores que cuando entraron, y esto porque por lo general, quienes se autoproclaman ser expertos en el tema, no tienen ni la más mínima idea de lo que es la ética. Estos “expertos”, en el mejor de los casos, lo que hacen es diseminar moralinas que, por definición, no tienen ninguna base teórica, pues se sostienen sobre una serie de prejuicios trasnochados y absurdos.
De esa cuenta, estos charlatanes disfrazados de “expertos” se hacen ricos a costa de la ignorancia y necesidad de los demás. Me parece que la gente está consciente de la necesidad de guiar su vida por valores y principios, como una forma de búsqueda de ser mejores. Sin embargo, se equivocan en la selección de las personas que les pueden orientar y de las actividades a que deben ir. De ahí la necesidad de reflexionar un poco sobre este tema.
La ética, para empezar, no es lo mismo que la moral. De hecho, aquélla es para los especialistas, es decir, los filósofos pues la ética, en un sentido estricto, es la reflexión y análisis teórico sobre los principios que deberían guiar la conducta humana. Esta es una disciplina que se mueve dentro del “debería ser”, esfera a la que pertenece, por su propia naturaleza, toda la filosofía.
La moral, por su parte, se refiere al aspecto práctico de la conducta. Se puede entender por moral el conjunto de normas o reglas concretas que nos dicen cómo actuar. Son normas o reglas que todos deberíamos cumplir dentro de la vida social para que ésta fuera posible. Ningún pensador, antiguo o moderno, propone la eliminación de normas morales que orienten la vida social. Cuando algún filósofo rechaza un tipo o código específico de moralidad (el cristianismo, por ejemplo) lo hace por lo que esa moral representa respecto al sistema filosófico que él propone, pero en ningún momento declara que se pueda vivir sin ningún tipo de restricción o normativa moral. Piénsese, por ejemplo, en Nietzsche, Sartre, Marx o Freud.
Ahora bien, lo que sucede es que en el lenguaje cotidiano tendemos a confundir ambos términos y utilizamos “ética” y “moral” como sinónimos. Empero, en sentido estricto no son lo mismo. Las personas son moralmente buenas o no. Observar y cumplir con algún tipo de reglas me hacen ser mejor moralmente. No respetar ningún ordenamiento me convierte en un ser inmoral. Pero no se es más ético o menos ético, por el hecho de respetar o no ciertas normas. Lo que quiero decir es que las personas son morales o inmorales, según cumplan o no con ciertas reglas de conducta. Pero no son más éticas o menos éticas dependiendo de si guían su vida por normas morales o no. Acá lo que se da es una confusión del lenguaje común.
¿Qué me hace ser mejor moralmente? Pues el cumplimiento de determinadas normas morales. Hay personas que llevan una vida intachable (en la medida de lo posible, pues no hay nadie que sea absolutamente bueno o malo moralmente hablando), que mantienen una conducta ejemplar y no obstante nunca en su vida han leído un tratado de ética. Simplemente, ajustan su vida a aquellas normas que les parecen deseables. Asimismo, hay quienes devoran tratados enteros de filosofía moral (ética) y sin embargo, llevan una vida que es una vergüenza. Es que una cosa no implica necesariamente a la otra. De donde se infiere que lo que me hace ser mejor, como agente moral, no es la cantidad de libros o tratados de moral que pueda leer, sino la observancia que haga de aquellas normas que me posibiliten convertirme en un ser más digno.
La ética tampoco es receta de cocina. Muchas personas que se acercan a estos cursos o conferencias que señalaba arriba, lo hacen con el ánimo de que el supuesto “experto” les revele la fórmula mágica que les haga ser mejores personas. Esperan que les indique, cual receta de cocina, los pasos que deben seguir para obtener el tan anhelado bocadillo moral y sentirse bien consigo mismos.
Otro tanto de confusión sucede con los llamados códigos de ética profesional. La ética es una sola disciplina filosófica que se orienta, repito una vez más, a la reflexión y análisis sobre los principios que sirven de fundamento a la conducta moral. De ahí que a lo que se refiere, cuando se habla de un código de ética profesional, es a establecer normas concretas y precisas de conducta para alguien que ejerce determinada profesión. Sin embargo, si observáramos una conducta moral adecuada socialmente, deberíamos de ser capaces de aplicar las mismas normas a nuestro ámbito profesional, porque lo que es válido en mi vida cotidiana (la honestidad, honradez, veracidad, solidaridad, etc.,) lo es en cualquier otra esfera de mi existencia.
Una verdadera ética, debe estimularnos a la reflexión como medio para descubrir racionalmente aquellos principios por los que debo guiar mi conducta y ser, en cada elección que haga, un ser más digno. Asimismo, debería impulsarnos a una actitud crítica que nos haga cuestionarnos de nuestras propias creencias a fin de encontrar principios sólidos que garanticen que nuestra forma de actuar es la deseable. En fin, una formación ética debería hacernos mejores en la medida en que los fundamentos sobre los que apoyamos nuestro actuar, son el resultado de un proceso racional, de una meditación profunda y no la consecuencia de palabras vacías y charlatanería.
De ahí que las personas que buscan hacer de sí mismos y de sus vidas algo mejor, deberían acercarse a los filósofos que son, como ya lo dije más arriba, los especialistas en el tema. Estos no van a darles recetas de cómo actuar bien, sino que los van hacer reflexionar para que, por ellos mismos, descubran racionalmente dentro de sí, esos principios que habrán de orientar su acción dentro del contexto social. Para Sócrates esta era la verdadera tarea del filósofo pues, según este pensador griego, la verdad reside dentro de cada uno y lo que el filósofo hace es guiar a cada quien para que por medio de un proceso racional alumbre, cual luz eterna, dentro de sí y descubra por sus propios medios esa verdad que, equivocadamente, cree hallar fuera.
Aún queda por abordar el tema de los valores, pero eso será en otro artículo.

*Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos d

viernes, 10 de abril de 2009

Sobre los valores

* Harold Soberanis


En un artículo anterior me referí a la tendencia que, en nuestro medio, se ha dado últimamente respecto a la excesiva oferta de actividades tan disímiles como seminarios, talleres, cursos y/o diplomados sobre ética o valores o cosas parecidas. En éstos se ofrece enseñar, a quienes asistan, a ser mejores personas por medio de unas cuantas formulas mágicas y, lo que es aún más importante, les prometen que encontrarán la felicidad absoluta. Ante la cruda realidad de los tiempos que corren, donde la soledad y el sinsentido de la existencia son cosas comunes, muchas personas están hambrientas de encontrar la clave de la felicidad y el bienestar, por lo que incautas, se dejan llevar por los ofrecimientos de todos estos charlatanes que lo único que buscan es enriquecerse a costa de su ignorancia.
En esa ocasión, señalaba el riesgo de asistir a esas actividades sin el más mínimo sentido crítico pues, lo que de hecho se hace en ellas, es lanzar moralinas a las personas y nunca estimularlas a que por medio de la reflexión descubran por sí mismas el valor moral de sus acciones o los principios que deberían orientar sus vidas.
Reflexionar para descubrir tales principios que son, en última instancia, los que deberían dirigir nuestra vida moral, es lo que busca un análisis serio sobre la acción humana. En otras palabras: esto es lo que busca la Ética, es decir, la reflexión teórica, filosófica sobre el comportamiento de las personas. Como resultado de ese análisis, de esa autorreflexión, tendríamos que encontrar aquellos principios que orientaran nuestra interrelación con los demás, a fin de que actuáramos apegados a lo moralmente bueno. Esto es precisamente lo que le falta a todos estos cursitos y talleres que ofrecen hacer de las personas mejores seres humanos, pues no estimulan ese sentido crítico que toda acción humana conlleva y se limitan a repetir recetas de buena conducta pero sin decir cómo se llega a ella o qué significa ser bueno.
Aprendemos a reconocer lo bueno o malo, lo moral o inmoral, la bondad o maldad de nuestros actos y los de los del prójimo, desde la reflexión seria, honesta y profunda de aquello que les concede, a tales actos, su moralidad. Esto es, en otras palabras, reconocer la esencia moral de las acciones humanas. Gracias a esa reflexión, descubrimos aquellos principios deseables que deberían orientar la acción de todos. Ese descubrimiento y aprehensión es posible sólo, pues, desde la meditación filosófica y nunca a través de moralinas o supuestas formulas mágicas. Estimular y fomentar dicha reflexión en todas las personas para que ellas mismas por medio de su Razón encuentren esos principios que les de sentido y validez a sus acciones, es la verdadera tarea del filósofo de la moral.
Al final del artículo ya mencionado ofrecía ocuparme, en una posterior entrega, del tema de los valores. Por diversas razones fui postergando tal ofrecimiento hasta que un amable lector me lo recordó.
Tratar de encontrar una única definición de valor, un único significado de él, es una tarea de suyo difícil pues, como sucede con todos los términos filosóficos, no existe unanimidad sobre qué es. Empero, intentaré dar una idea de lo que a mi juicio se debe entender por valor, tomando en cuenta los rasgos en común que, las diversas significaciones sobre él, tienen entre sí.
Una primera aclaración se hace necesaria: ésta se refiere a si es correcto hablar de “valores éticos” o “valores morales”. Bueno, la distinción entre estas expresiones es la misma que se aplica a la diferencia entre “ética” y “moral”. He dicho varias veces que ambos términos se tienden a usar como sinónimos pero, en un sentido estricto, no son lo mismo. En efecto, la ética es cosa de los profesionales, es decir, de los filósofos y se ocupa de analizar racionalmente el fundamento y la validez de la moral. Esta vendría a ser la parte práctica, las normas concretas de acción, los códigos que nos indican cómo actuar. Tales códigos deben estar asentados en ciertos principios que reconocemos como legítimos. Descubrir, analizar y comprender tales principios es la tarea de la ética y del filósofo de la moral.
Con lo dicho anteriormente, podemos inferir que los valores son morales y que quien se ocupa de analizar su validez, alcance, sentido y legitimación es la ética.
Otro problema que surge en torno a los valores es si éstos son objetivos o subjetivos. Algunos filósofos y escuelas filosóficas sostienen que son objetivos. Por ejemplo, para los antiguos griegos, los valores son objetivos, pues no son producto de la creación humana, no son elaborados por nuestra conciencia, existen fuera de ella y nuestra Razón lo que hace es descubrirlos. Es el caso de Sócrates, Platón y Aristóteles quienes creen que los valores tales como justicia, bondad, belleza, etc; no son creación humana, pues existen independientemente de nosotros y precisamente porque no dependen del ser humano, es que sirven de principio rector de la conducta de los hombres. Gracias a que son objetivos tales valores son universales y absolutos. Esto significa que independientemente de la época o sociedad particular, los valores son siempre válidos y los mismos para todos.
En contraposición a este planteamiento, otros filósofos y escuelas filosóficas, afirman que los valores son subjetivos, es decir, son creaciones humanas que, dependiendo de la época o circunstancias históricas, surgen en un momento determinado y cobran validez y sentido únicamente dentro de ese contexto.
Según estos pensadores, cuando reconocemos algo como valioso es porque vemos en ese objeto o acción algo que nos es útil. Por lo tanto, el que algo sea o no valioso depende de nosotros, está en nuestra conciencia moral y no en el objeto o acción en cuestión. Es decir que, lo valioso no es objetivo sino subjetivo pues depende de la valoración particular del sujeto. Lo que resulta bueno o malo para alguien puede ser lo contrario para otro.
Además, como afirmará Marx, los valores morales que predominan en una época, responden o son expresión de la clase dominante, por lo tanto no son objetivos, al menos no en el sentido clásico, puesto que son la expresión ideológica de los grupos de poder quienes, interesados en que no se transforme la realidad, propugnan determinados valores que toda la sociedad debe seguir con el fin de mantener el statu quo vigente. Piénsese, por ejemplo, en las propuestas de reforma que a la Constitución hace el grupo ProReforma. En la base de tales propuestas subyace toda una serie de valores que no son más que la expresión de intereses de clase, en este caso de la oligarquía chapina.
Otra manera de considerar a los valores como principios que dirigen la acción humana, sería el caso de los Derechos Humanos. En este sentido, los Derechos Humanos vendrían a ser puntos de referencia a los cuales debemos ajustar nuestra conducta con el fin de alcanzar una convivencia social pacifica y digna.
Este, y otros temas relacionados a la ética y los Derechos Humanos, serán abordados en un taller al respecto desarrollaré los días 25 de abril y 2 y 9 de mayo en La Casa de Cervantes, de 16:00 a 18:00 horas. En esta actividad se dará material y constancia de asistencia y podremos discutir abiertamente sobre cuestiones relativas.

*Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.



miércoles, 1 de abril de 2009

Sobre la injusticia de las leyes

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt


En el diario La Hora del 30 de agosto, aparecen dos notas sobre el problema de la justicia en Guatemala. En el primero, titulado “¿A dónde se inclina la balanza de la justicia?” su autor hace un análisis de dos casos en los que las leyes se inclinan a favor de grupos económicamente poderosos. El primer caso, se refiere a la compañía Montana que se dedica a la extracción minera en una región de San Marcos. Los habitantes de San Miguel Ixtahuacán se oponen a que opere en ese lugar dicha compañía, alegando que la extracción de metales provoca severos daños al ambiente. Tal oposición se basa, según entiendo, en el derecho humano a un ambiente sano, el cual está contemplado en nuestra legislación. El segundo que señala el autor de dicho artículo, es el de la empresa Cementos Progreso (¿?) que busca instalar una sucursal en San Juan Sacatepéquez. En este lugar, también sus habitantes se oponen a que ahí opere esta compañía alegando, al igual que la otra comunidad arriba señalada, que los daños a la salud de la población son irreversibles y que la ley les garantiza su derecho a un ambiente limpio. En ambos casos los encargados de hacer justicia han actuado lentamente, evidenciando el favoritismo hacia las dos poderosas empresas y mostrando total desprecio por los intereses de la comunidad que, por principio, deberían estar por encima de los privados.
La otra nota a la que deseo referirme es el artículo del Licenciado Oscar Clemente Marroquín, “¿Cuál institucionalidad y cuál estado de Derecho?”. En este escrito el Licenciado Marroquín señala el énfasis que algunos grupos de poder hacen sobre la necesidad de mantener la institucionalidad y el estado derecho a toda costa, aún cuando las condiciones materiales de la población sean cada vez más precarias, producto de la corrupción, el irrespeto a la ley, el abuso de poder, la impunidad, etc. Ante esta realidad el autor del artículo de marras se pregunta si vale la pena, bajo el argumento que se debe proteger la institucionalidad y el estado de derecho, seguir manteniendo un sistema de justicia ya fracasado.
Los ejemplos sobre la injusticia que se comete, apoyándose en la misma ley son incontables. Podríamos seguir hasta el infinito. Y estos no se dan solamente entre grupos poderosos y comunidades pobres que, por lo mismo, no tienen a la justicia de su lado. También se dan, por ejemplo, entre personas individuales. Me viene a la mente el caso de aquellos padres que, por diversas razones, se ven enfrentados a sus parejas y que para resolver sus diferencias recurren a un tribunal de familia. En principio y a priori, las leyes protegen a la mujer, sin considerar si ésta merece ser protegida, si ha sido una madre competente, si ha sido un apoyo para el esposo, etc. Sin mayor reflexión se descalifica al hombre por el simple hecho de serlo y se cometen una serie de injusticias fundándose en la ley. Aunque las resoluciones pueden ser legales, no necesariamente son legítimas y mucho menos apegadas al principio de justicia que, por definición, toda ley debería contemplar. Se tiene aún muy arraigada la imagen romántica de la madre amorosa y abnegada producto de, y he aquí la paradoja, una cultura machista. Es bien sabido que hay muchas madres que son totalmente lo opuesto a esa imagen que hemos ido configurando (como parte de un imaginario colectivo) y que existen muchos padres que son mejores que aquéllas en el cuidado y educación de los hijos. Pero esto a los encargados de impartir justicia no les importa y apegándose a la ley cometen muchas injusticias contra lo padres como obligarles a pagar una pensión alimenticia que rebasa sus posibilidades económicas, negarles la tutela de los hijos, etc. También en estos casos, pues, se actúa en contra del espíritu de la ley que, por principio, debería se equitativa. No se puede pretender reparar una injusticia, cometiendo otra.
De esa cuenta uno se pregunta si el sistema de justicia que tenemos vale la pena cuidarlo o, si por el contrario, se debe reformar totalmente. Claro que esto se conecta con la legitimidad y moralidad de las leyes. Ahora bien, el problema que surge aquí es que, siendo los abogados quienes hacen la ley, muchos de éstos no tienen la suficiente calidad moral para hacerlo y van dejando vacíos en la legislación que después son aprovechados por ellos mismos para retorcer las leyes a su conveniencia. Por supuesto que hay verdaderos juristas, honestos y capaces, que al crear la ley lo hacen apegados a principios fundamentales de moralidad, pero son los menos.
Los filósofos antiguos afirmaban que la legitimidad de la ley deriva de su fundamento moral, es decir que, para que una ley sea no solamente legal, sino moralmente legitima, debe estar fundada en principios morales universales, sobre todo sobre el principio de justicia.
La reflexión sobre el sistema de justicia que tenemos y sobre la necesidad de construir y conservar un estado de derecho pasa, pues, por el análisis de las leyes, de quienes las hacen y de quienes las ejecutan. Dicha reflexión debería llevarnos a establecer si las leyes en este país, están basadas en principios absolutos y universales que se reducen al concepto moral de Justicia. También, debería hacernos pensar sobre la condición moral de quienes están llamados a ejecutar las leyes. Muchos abogados se prestan a prácticas indecentes y protegen a priori a quien no merece ser protegido, muchas veces porque están presionados por grupos de poder que desean actuar en función de lo “políticamente correcto”, sin pensar si esa actuación responde al valor de la Justicia. Si quienes por su profesión, son los encargados más idóneos de velar por la justicia y son quienes precisamente la violan a conveniencia, ¿qué pasará con el ciudadano medio que no tiene voz ni voto en la elaboración y ejecución de las leyes?
Uno de los significados, que se infiere del análisis etimológico del término “derecho”, nos dice que el derecho se puede entender como lo recto, lo justo, lo apegado a normas de validez universal, en contraposición a lo tortuoso, lo enredado y, por lo tanto, lo injusto. Si se comprende el sentido profundo del término, se podrá comprender porque la ley debe estar basada en el principio fundamental de Justicia y, en consecuencia, la actuación de jueces y abogados debería estar regida por tal principio.
De ahí que el problema de si un cuerpo de leyes realmente contiene y preserva el principio de Justicia es algo que compete a todos los profesionales y ciudadanos. Nadie debería ser indiferente ante el nivel de descomposición y tergiversación de las leyes. El derecho, la esencia de las leyes y su sentido de justicia es algo tan importante que no debería estar solamente en manos de los abogados.

*Licenciado en Filosofía, profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

sábado, 21 de marzo de 2009

El problema filosófico del conocimiento

* Harold Soberanis

Como es bien sabido, la filosofía se ocupa de la realidad en su totalidad. Este es un rasgo característico del proyecto filosófico racional que nace en el seno de la cultura clásica griega. De esa cuenta, todo lo que acontece en la realidad es motivo de reflexión y análisis de parte del filósofo. El conocimiento, como un hecho que se da en la realidad humana, no podía quedar al margen de la especulación filosófica, por lo que muchos filósofos, desde la antigüedad hasta nuestros días, se han ocupado por comprender y definir el conocimiento.
A diferencia del psicólogo o el sociólogo, al filósofo lo que le interesa respecto al conocimiento es su fundamento, su porqué, su sentido y alcances.
Así, Kant, por ejemplo, es uno de los pensadores que más ha dedicado sus esfuerzos intelectuales a comprender el fenómeno del conocimiento. En su famosa obra La crítica de la Razón Pura, el filósofo de Könisberg intenta definir los límites del conocer y con ello, determinar el sentido de aquello que llamamos conocimiento. Es decir, la empresa que se propone Kant es superar tanto el optimismo ilimitado del Racionalismo que considera que la Razón es tan poderosa que puede conocer absolutamente todo, hasta las limitaciones del Empirismo que, con su insistencia en la experiencia individual como inicio del conocimiento, niega la misma ciencia pues ésta, aun cuando se refiera a hechos empíricos individuales pretende establecer leyes de carácter universal.
De esa cuenta, Kant dedicará buena parte de su obra a analizar el conocimiento para determinar sus límites y alcances, llegando a la conclusión, discutible por supuesto, de que desde la Razón teorética lo único que nos es posible conocer es el fenómeno de las cosas y nunca su esencia. Ésta se nos da en la esfera práctica, pero nunca en la teórica.
Por supuesto que esta tesis kantiana ha sido refutada de muchas maneras, pero también es cierto que ha dado importantes frutos dentro del campo de la filosofía. Empero mi intención no es abordar y discutir el pensamiento de Kant, sino mostrar cómo el conocimiento es, y ha sido, un problema filosófico del que se han ocupado innumerables pensadores desde la antigüedad hasta nuestros días, un problema que es importante abordar desde la perspectiva filosófica y cuyos resultados pueden servir de base teórica a otras disciplinas que se ocupan del mismo fenómeno.
Resulta imprescindible problematizar el fenómeno del conocimiento, pues de la concepción que tengamos de él deriva una serie de consecuencias que influyen en otras áreas del saber humano. Piénsese por ejemplo en la educación, el arte o la ciencia.
Dependiendo de la concepción que tengamos del conocimiento así será lo que entendamos por educación, pongo por caso. El educador, el verdadero pedagogo, no puede estar al margen de una concepción filosófica del conocimiento, pues de ahí dependerá cómo asuma su labor pedagógica. La falta de una teoría del conocimiento, una teoría fundada en principios filosóficos, derivará, inevitablemente, en una propuesta pedagógica inconsistente.
Por supuesto que no basta una concepción del conocimiento para configurar una teoría educativa que efectivamente contribuya al desarrollo integral de la persona humana. También son necesarias, una antropología, una concepción del mundo, una filosofía de la ciencia, etc. Lo que me interesa señalar es que sin una teoría del conocimiento – como un elemento importante a considerar - que sirva de fundamento a una concepción de educación, ésta se desvirtúa, pierde su objetivo principal que es hacer del ser humano un ser que desarrolla todas sus potencialidades en beneficio propio y de la sociedad a la que pertenece. No sabremos qué enseñar al sujeto de la educación, sino sabemos previamente cómo dicho sujeto conoce y asimila la realidad. Esto es importante, pues sin tener claro cómo abordamos y comprendemos la realidad, difícilmente podamos transformarla, y esto es, en última instancia, de lo que se trata.
Por otro lado, no solamente la teoría educativa necesita de una concepción del conocimiento. Todas las actividades que desarrolla el ser humano en sociedad, requieren de una comprensión mínima de lo que es conocer. De ahí la importancia que reviste la especulación filosófica al respecto. De ahí lo importante que es conocer las teorías del conocimiento que se han propuesto desde la antigua Grecia.
Claro que esto no interesa al común de los mortales. El hombre de la calle, ni siquiera se plantea si conoce o no, él da por sentado que conoce el mundo que le rodea, que ese mundo es tal cual él lo percibe, por lo que cuestionarse acerca de qué conoce, cómo conoce y qué es conocimiento ni siquiera son temas de los que debe ocuparse. Es más, el hombre común desconfía del filósofo que se hace todas estas preguntas, llegando a considerar la tarea de éste es algo inútil, sin ningún beneficio, una pérdida de tiempo, como un estar eternamente en las nubes.
Viniendo del hombre común esto es comprensible. Lo que ya no resulta aceptable, es cuando estas consideraciones son planteadas por profesionales, pues es imperdonable en aquellos que tienen una formación académica, que vean con desdén y desconfianza la especulación filosófica respecto a la capacidad cognoscitiva del ser humano.
Asumir una teoría del conocimiento puede ayudarnos a comprender cómo se da en nosotros este fenómeno. Dicha teoría nos permitirá conocer el proceso interno que nos conduce a la aprehensión de la realidad. La manera de abordar esa realidad como una totalidad o una red de interrelaciones, nos permitirá comprender su génesis y alcances. También contribuirá a disciplinas como la psicología, a encontrar un fundamento epistemológico sobre el que se pueda desarrollar una teoría de la comprensión a lo interno de la psique humana. Es decir que, cualquiera sea la perspectiva desde la que contemplemos el conocimiento, la filosofía permitirá al especialista configurar una teoría que le ayude a explicar y fundamentar el fenómeno del conocimiento, lo que le garantizará, en última instancia, que su propia teoría se ha edificado sobre base sólidas, lo cual le dará una certeza y garantía de que su planteamiento es consistente y posee cierta validez.
Hacer lo contrario, es decir, proponer una explicación del conocimiento pero sin apoyarse previamente en una teoría filosófica del mismo, hará que tal propuesta carezca de bases firmes, por lo que será como un edificio sin cimientos, como algo que flota en el aire y que, inevitablemente, tarde o temprano se vendrá a tierra.

*Profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

martes, 17 de marzo de 2009

Sobre la educación

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt


Las sociedades actuales atraviesan un período de crisis que se manifiesta de diversas maneras: la expansión de la pobreza, el aumento de la violencia, de la corrupción, de la injusticia, etc. Toda esta descomposición social se refleja, naturalmente, en la degradación de las acciones del ser humano. Para muchos, la vida ya no tiene ningún valor: se mata a otra persona para robarle un celular o unos pocos billetes. Muchos se dedican, como forma de ganarse la vida, a matar por encargo (qué paradoja: ¡matar para vivir!).
Observo toda esta problemática sin la menor intensión de lanzar moralinas o provocar el escándalo como, hipócritamente, hacen esas santas señoras cuando, al salir de la misa de domingo se ruborizan al ver una pareja besándose en la calle, pero ignoran intencionalmente la miseria que las rodea.
Muchas veces he dicho que una de las posibles soluciones a esta degradación de la vida social está en la educación de las generaciones jóvenes. Empero esta educación debe ser de una naturaleza distinta a la que actualmente se practica.
Creo que una verdadera educación debe liberar al ser humano de prejuicios y condicionamientos mentales a los que ha sido programado por una realidad injusta y desigual. Ya no se puede seguir cultivando una educación que llena de datos la mente de los niños y jóvenes, con el único objetivo de saturarlos de información que no les ha de servir para nada. Una verdadera educación debe estimular en los seres humanos la reflexión y generar un pensamiento crítico que les permita ser observadores y actores responsables, involucrados en su realidad social.
A mi juicio, una educación de tal índole debe estar fundamentada en una concepción humanística del hombre, es decir, debe basarse en aquellos principios universales del humanismo clásico que ve al ser humano como el punto más alto de la evolución, resaltando sus atributos, virtudes, y alcances, a la vez que no olvida sus imperfecciones. No se puede educar a los niños y jóvenes sin una concepción antropológica previa, lo que nos lleva a resaltar la articulación entre pedagogía y filosofía, pues ésta proporciona una concepción del hombre fundamentada en principios revelados por la razón, y ninguna concepción pedagógica se puede desarrollar si no cuenta con una definición de hombre. No se puede tener una idea de educación que esté divorciada de la filosofía, pues sería como algo que está en el aire, sin bases. Esto es lo que ha ocurrido en los últimos años, donde la formación de quienes van a formar maestros que, a su vez van a educar a nuestros niños, no poseen una formación filosófica pues consideran que ésta no sirve para nada y que la única razón por la que existe dentro del pensum es para entorpecerle sus estudios ya que la prisa por graduarse e insertarse al mercado laboral les apremia.
Esto ha dado que tengamos, en los últimos años, maestros sin la más mínima formación humanista. Pero la culpa no es de ellos sino de las facultades y centros de formación donde estudian.
El desprecio a la educación por parte de los gobiernos de turno ha provocado seres humanos sin vocación ciudadana. Claro, esto ha favorecido los intereses de las clases dominantes, pues una sociedad sin criterio ni formación cívica es más fácil de manipular. De ahí que el nuevo modelo de educación deba propiciar, entre otras cosas, la ciudadanía, esto es, la capacidad y el interés de las personas por involucrarse en los asuntos del Estado, tal como aspiraban los filósofos griegos, pues tales asuntos, por definición y en tanto ciudadanos, deben importarles.
Podemos pensar en la educación como un proyecto a largo o mediano plazo, por medio del cual se pueda reeducar a la sociedad con el fin de que los valores encarnados en la Constitución, sean internalizados por todas las personas. Esto, claro, implica transformar el proyecto neoliberal que, afortunadamente, en los últimos días ha entrado en crisis.
Así pues, considero que una verdadera educación puede permitirnos vivir los valores éticos en la vida cotidiana. Pero tal modelo de educación, insisto, debe estar fundamentada en una sólida base filosófica que le permita al individuo ser consciente de la importancia de encontrar principios válidos para su acción.
Tengo la percepción de que el modelo de educación actual lo único que consigue es adocenar a la gente, convirtiendo un proceso liberador en algo alienante. Ahora bien de nada serviría implementar una nueva forma de educación, que buscara hacer del individuo un ser crítico, participativo y liberado, que actuara en función de nobles valores, si las condiciones materiales de la sociedad en las que se inserta, no cambian.
En efecto, poco útil puede ser un proceso educativo que regenere al individuo, si las condiciones o el modelo económico-social vigente sigue siendo el mismo. En otras ocasiones he señalado que el capitalismo como tal, lleva dentro de sí un elemento perverso, pues no sólo desvirtúa las relaciones que se establecen entre el trabajador y el empleador, sino que desvincula a la misma persona dentro de su psiquis, haciéndole ver la realidad como un hecho fragmentado e inconexo. Esto es lo que el materialismo histórico denomina enajenación. Ésta se produce no sólo entre el trabajador y el objeto trabajado, sino a lo interno del individuo, separándolo de sí mismo y del resto de la sociedad.
De esa cuenta pues, implementar un nuevo modelo de educación implica transformar la base material de las sociedades, modificando el paradigma económico imperante a fin de armonizar unas relaciones de producción más humanas con el sentido moral del hombre nuevo.

*Profesor titular de Filosofía, -departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC

lunes, 9 de marzo de 2009

Poesía y Filosofía como búsqueda del Ser

Harold Soberanis*
A mi amigo Daniel Alarcón

Heidegger afirmaba que el lenguaje es la casa del Ser. Había leído a los grandes poetas en lengua alemana y por eso conocía bien la esencia de la poesía y el papel que ésta jugaba en la aprehensión del Ser. El lenguaje poético, de alguna manera, capta el Ser de la realidad. En este sentido, se establece una relación fructífera entre poesía y filosofía. Ambas se articulan e interrelacionan, posibilitando el acercamiento del hombre a la esencia de la realidad en tanto que persiguen captar su estructura más íntima.
Sin embargo, aunque poesía y filosofía persigan el mismo fin, lo hacen recorriendo senderos distintos. Para aquélla, el camino ideal será el de la subjetividad expresada en los sentimientos, deseos y temores más íntimos, es decir, será el camino de lo irracional, pues sentimientos, deseos y temores no pertenecen a la esfera de la Razón.
Para la filosofía, por el contrario, la vía perfecta será la de la Razón que se puede simbolizar en la exigencia de claridad y distinción cartesianos y que, apoyándose en sus propias estructuras lógicas, recorre el camino totalmente opuesto de la primera.
La poesía prefiere dejar escapar los instintos y demonios que llevamos dentro, en la creencia de que ellos expresan lo que verdaderamente somos, sentimos o pensamos. En este sentido, el psicoanálisis con su insistencia en que muchos de nuestros actos son producto del inconsciente, de lo irracional, le dará la razón y le servirá de base firme. De ahí que muchas corrientes artísticas de vanguardia, apoyándose en esta premisa, creen modos nuevos de entender y hacer arte, muchos de ellos de difícil interpretación, acostumbrados como estamos a aceptar como bello o agradable aquello que nos es fácilmente perceptible o entendible con categorías racionales. Estas corrientes de vanguardia descansarán, pues, en el lado oscuro, difuso del ser humano.
Ahora bien, aunque filosofía y poesía partan de puntos diferentes y tomen caminos distintos buscan, como ya dijimos más arriba, el mismo fin: la aprehensión del Ser. En este sentido, ambas son válidas y nos pueden aportar dimensiones y matices de la realidad que, si bien desde su propia esfera son diferentes, desde una perspectiva más general y abarcadora pueden complementarse hasta proporcionarnos un panorama más comprensible de dicha realidad.
Que la poesía nos acerca al Ser es una percatación inmediata, una intuición bergsoniana, que se nos revela cuando leemos algunos poemas, ya sean de autores clásicos o contemporáneos. Aunque no seamos totalmente conscientes de ello, al leer algunos versos sentimos la presencia de una realidad que no es fácilmente expresable en palabras. En nuestra mente queda rondando una idea que somos incapaces de traducir en expresiones lógicas pero que nos cuestiona y nos lleva, poco a poco, a una reflexión más profunda. Algo de nuestra interioridad se sacude dentro de nosotros, tambaleamos, dudamos, creemos estar soñando una pesadilla. Pero lo único que ha pasado es que se nos ha revelado una verdad que no sabíamos. Después de ello ya no somos los mismos.
La filosofía produce en nosotros el mismo efecto, pero lo hace desde la racionalidad, desde la concatenación lógica de los hechos y las palabras. También ésta nos interpela e impulsa a reflexionar en la búsqueda del Ser de la realidad.
De esa cuenta, ambas, poesía y filosofía se convierten en vías de comprensión de la realidad a través de la aprehensión del Ser. Y ambas se expresan por medio de la palabra, la cual cumple una función no solamente de realización de nuestro ser social, sino también de acercamiento al Ser. En ese acercamiento, se nos revelan cuestiones fundamentales y perentorias para nuestra existencia.
Al revelársenos el Ser, nos percatamos de cuestiones apremiantes para la comprensión de nosotros mismos. Cuestiones que formulamos en preguntas urgentes sobre el sentido de nuestra existencia, la muerte, la finitud, la soledad, la incomunicación con los otros, el amor, etc.
Articulándose en un incesante juego dialéctico, poesía y filosofía nos dan una imagen estética del mundo y de nuestra realidad interior. Ambas expresan una verdad ineludible del Ser. Por eso ambas son válidas en esa búsqueda imperiosa de sentido que todos los seres humanos auténticos sentimos en un momento determinado.
También la religión pretende ser un acercamiento al Ser, al que denomina Dios. Pero la religión agrega otras categorías conceptuales no fáciles de discernir y menos de aceptar sin toda la parafernalia que la tradición le ha agregado. Por eso para muchos la religión no representa una vía propicia para ir en búsqueda del sentido de la realidad. Por eso preferimos el camino de la filosofía, más tortuoso y menos cómodo, pero al fin más seguro. Lo mismo se puede afirmar del camino de la poesía, en particular, y del arte, en general. Estos tampoco ofrecen ser una vía fácil, aunque sí más confiable y libre.
A lo dicho hasta ahora, habría que agregar otros rasgos que poseen la poesía y la filosofía, rasgos que las convierten en posibilidades de búsqueda más cerca de lo humano. Uno de ellos es la creatividad. Tanto poesía como filosofía exigen de nosotros una alta dosis de creatividad para recrear una realidad muchas veces oculta por el velo de la ignorancia o la superstición. La creatividad nos presenta una gama de posibilidades de interpretación y acercamiento al Ser. Lo que nuevamente viene a otorgarle un trasfondo estético a esa realidad que observamos y que sirve de escenario al transcurrir de nuestra existencia.
El otro rasgo es la libertad. En el espacio de creación artística o filosófica, nuestra libertad se hace palpable, se nos revela como un dato incuestionable de que estamos creando algo que nos conduce al final de la búsqueda que hemos iniciado estimulados por la necesidad de encontrar un sentido a la vida, a la realidad. Aunque, a decir verdad, esa búsqueda nunca termina, nunca llegamos al final, pues éste sólo lo alcanzamos en la propia muerte, a la que no debemos enfrentar con temor o desesperación, pues sólo ella nos otorga, paradójicamente, el sentido último de la realidad.
Quizá haya sido en este sentido en el que Heidegger expresaba la relación entre lenguaje y Ser, con su ya famosa frase. Lo que nos queda de ella es la revelación de que el Ser no es algo alejado totalmente de nosotros, sino una realidad palpable e inmediata, pero que no percibimos fácilmente, pues hemos perdido la capacidad de ver en lo cercano el sentido de la realidad. De ahí la necesidad de acercarnos al lenguaje de la poesía y la filosofía como posibilidades reales de aprehensión del Ser. El recorrido de ambas, tiene la doble ventaja de revelarnos, por un lado, verdades profundas y, por el otro, de concedernos una visión estética del mundo. Si el arte lo entendemos como una dimensión lúdica del mundo, tendremos entonces, gracias a la poesía, una imagen menos seria y más vital de la realidad.

*Profesor titular de Filosofía, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.




jueves, 5 de marzo de 2009

¿Crisis de valores?

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt

Es cosa común escuchar a mucha gente decir, a partir de la realidad cotidiana, que estamos viviendo una crisis de valores, que la humanidad se ha alejado de ciertos principios fundamentales que subyacen en las bases de la cultura occidental cuya cuna, es bien sabido, es la cultura clásica griega y el cristianismo.
Cuando escucho decir esto, me pregunto; ¿serán los valores los que están en crisis? ¿Es posible que los valores, entidades de suyo abstractas, puedan sufrir crisis? ¿O será nuestra percepción de tales valores la q ue esté en conflicto?
¿Qué se quiere decir cuando se formula esta frase? Creo que lo que se quiere señalar es que la situación degradante que vivimos tiene su causa en una supuesta pérdida de valores. Ahora bien, ¿se podrán perder los valores? Éstos, por definición, son objetivos y acaso universales e independientes de la conciencia. Por lo tanto, no se pueden perder. Lo que sí puede cambiar, y de hecho ha cambiado, es la manera de percibirlos y practicarlos en nuestra vida diaria.
A mi juicio, considero que no son los valores los que han entrado en crisis, sino la manera en que los apreciamos y asumimos en nuestra cotidianidad existencial. Según los filósofos clásicos, los valores morales (que son los que supuestamente están en “crisis”), no son entidades materiales y por lo tanto no pueden sufrir de un proceso de decadencia. Siguiendo las ideas de estos pensadores griegos (Sócrates, Platón, Aristóteles, etc.), los valores son principios absolutos, eternos, infinitos y universales, entre otras características, y por lo tanto, no susceptibles de sufrir ningún cambio físico, como sí ocurre con algo material.
Si los valores morales son absolutos y universales, podemos inferir que son siempre los mismos, en cualquier época y lugar. Es más, aún cuando nadie se guiara por determinado valor, la justicia, por ejemplo, dicho valor seguiría siendo válido, pues su validez no depende de la percepción o ejercicio de un individuo o colectividad, sino de su carácter universal, objetividad y absolutez.
Claro, este sentido de los valores como entes universales no es el único. Existen otras formas de interpretar o definir qué son los valores. Para Marx, por ejemplo, los valores son parte de la superestructura de la sociedad y en tal sentido son expresión de la base económica que los determina. Dichos valores existen para justificar el modelo económico, el tipo de relaciones de producción que han establecido los seres humanos en una sociedad determinada. Son la expresión, en pocas palabras, del poder que una minoría ejerce sobre la mayoría y que sirven para justificar su dominación y explotación. Es decir, para Marx los valores son históricos, pues son la expresión del sistema económico que impera en una sociedad y época particulares y, por lo mismo, van cambiando de acuerdo al desarrollo material de las colectividades. Así pues, aún desde la perspectiva marxista, no son los valores quienes entran en crisis, sino la base material que los sostiene y les da vida, pues aquéllos son el resultado de ésta.
Por lo tanto, hablar de crisis de valores, tratando de encontrar en ella la causa de la descomposición social que hoy día vivimos, es escamotear las verdaderas razones que nos han llevado a esta realidad.
Yo creo que quienes estamos en crisis somos los seres humanos, y la causa se puede encontrar en el sistema económico que nos han impuesto, un sistema que en sí mismo es perverso y destruye las relaciones entre los hombres y la relación de éstos y el mundo en que vive.
Actualmente, el planeta vive una permanente amenaza, producto del uso irracional de los recursos naturales. Si bien es cierto, la civilización implica el dominio de la naturaleza para servirse de ella, esto no significa hacer un uso arbitrario e irracional de sus recursos, ni su consecuente destrucción. Todo el cambio climático que vivimos hoy día, con sus consecuencias trágicas que, por razón de su misma pobreza, golpea a los más desposeídos, que son la mayoría de la humanidad, es el resultado de ese uso irracional que se ha hecho de la naturaleza. Pues bien, esta irracionalidad es parte de la lógica interna de un sistema económico que, repito, es de suyo perverso. El capitalismo salvaje que compra y corrompe conciencias, nos ha llevado a una hecatombe universal, no sólo en términos humanos sino también naturales.
Esta misma perversidad, que ha llevado al planeta al borde de su destrucción (y digo esto sin la más mínima intención apocalíptica), ha hecho que los individuos, las familias y la sociedad entera se hayan fragmentado, estemos incomunicados y hayamos perdido el sentido de humanidad. El delincuente que mata por robar unos pocos billetes, y que demuestra con eso un desprecio total por la vida, no es más que el producto de una sociedad degradada, corrupta y decadente que ha sido bombardeada permanentemente con la idea de que “tener” es mejor que “ser”. Ante la falta de oportunidades y aguijoneado por la idea de poseer cosas que le den sentido a su existencia, ya de por sí vacía, el delincuente ve en el robo las única manera de acceder a ese mundo que le muestran como el mejor, pero que a la vez está fuera de su alcance. No estoy justificando la violencia, ni defendiendo al criminal. Lo que trato es de encontrar la razón, la causa de esta decadencia en que vivimos. A mi juicio, es el mismo sistema económico en que se basan las sociedades actuales, el que ha provocado esta descomposición.
Así que no es que los valores estén en crisis. Es el sistema, la condición material de nuestra vida en sociedad la que ha empujado a la humanidad a esta situación. Si la solución fuera tan simple como rezar o adherirnos a una religión o elaborar grandes discursos sobre la necesidad de guiar nuestras vidas por ciertos valores, creo que la mayoría estaríamos de acuerdo en hacerlo. Empero, la solución pasa por encontrar nuevas formas de equidad, de justicia social y de igualdad de oportunidades. Habría que distribuir de manera justa la riqueza y no debería aceptarse la pobreza como algo natural, pues la pobreza ni es una virtud ni es algo natural.
¿Significa esto entonces, que hay que combatir la pobreza, como afirman nuestros pseudopolíticos? No. La pobreza no se combate, pues esta no es la causa última de nuestro subdesarrollo a todo nivel. Subdesarrollo que a su vez se ve reflejado en el grado de descomposición social en el que vivimos La pobreza es en todo caso una causa intermedia producto de las condiciones de injusticia, desigualdad y explotación sobre las que se fundó este país. Así que de lo que se trata, es de transformar dichas estructuras básicas. Al cambiar éstas, cambiaran nuestras relaciones intersubjetivas, se transformará nuestra concepción de la vida y con ello el sentido que podamos asignarle a los valores morales, los que ya no serán reflejo ni justificación de la dominación de unos sobre otros, sino los principios rectores necesarios para la convivencia pacífica y armoniosa a que toda sociedad humana aspira, como finalidad implícita en su ser.



*Profesor titular de Filosofía, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

miércoles, 25 de febrero de 2009

Vida digna, muerte digna

*Harold Soberanis

Uno de los temas más polémicos ha sido siempre la discusión sobre el derecho a la muerte, es decir, sobre la posibilidad de decidir sobre nuestra propia muerte. Dicha polémica ocupó, en días recientes, las páginas de muchos diarios. El caso se refería a la lucha entablada por Giuseppe Englaro, padre de Eluana Englaro, una chica italiana que yacía postrada en estado vegetativo desde hacía 17 años como consecuencia de un accidente. El padre, movido por el natural amor hacia su hija, exigía el derecho a suspenderle la alimentación que, de manera artificial, mantenía con vida a su hija. El reclamo del padre desató un debate entre quienes están a favor de la eutanasia y quienes se oponen a ella alegando, en términos generales, que nadie tiene derecho a quitarle la vida a otro ser humano, únicamente Dios pues es Este quien la otorga. El caso es que después de librar una lucha a través de los vericuetos legales, el padre logró que le autorizaran retirarle la alimentación a su hija, quien finalmente murió.
Luego de su muerte, apareció en un periódico local la nota sobre la manera en que Giuseppe se despidió del cadáver de su hija. En esta despedida estuvo acompañado de una periodista italiana, quien hizo una breve descripción del estado lamentable en que se encontraba Eluana. Y es aquí, en el cuadro que describe esta periodista, donde uno se pregunta hasta dónde es válido mantener artificialmente la vida de una persona enferma que ya no tiene ninguna esperanza de recuperarse. En el caso de esta chica, los médicos habían hecho todo lo posible por revertir su condición y habían llegado a la conclusión que su estado era irreversible, que no existía la más mínima posibilidad de que se recuperara. De ahí la búsqueda de su padre por terminar con el sufrimiento diario de ver que su hija moría a pausas. El estado en que se encontraba era, pues, indigno para un ser humano.
Ciertamente, creo que la vida es un valor. Pero no lo es de manera abstracta, alejada de ciertas condiciones materiales que permitan realizarla dignamente.
Aristóteles afirmaba que la finalidad de la acción humana es la felicidad. Según este gran filósofo, la vida cobra un valor moral en la medida en que seamos felices, de donde se desprende que, buscar la felicidad no sólo es deseable, sino que es un imperativo moral, lo que vendría a significar que tenemos la obligación moral de ser felices. Para alcanzar dicha felicidad, es necesario contar con condiciones materiales q ue la posibiliten, que hagan que su búsqueda y encuentro sean alcanzables.
La aceptación de una vida digna se articula, a mi juicio, con la de una muerte digna, pues vida y muerte son dos caras de la misma moneda. En tan válido desear una vida digna como una muerte honrosa.
El caso de esta chica italiana que mencioné al principio, plantea este problema. ¿Por qué nos es tan fácil aceptar que es deseable una vida digna y no una muerte digna? ¿Por qué no puedo decidir sobre mi vida y mi muerte? ¿Por qué no tengo el derecho a recurrir a la eutanasia o al suicidio si sufro de una enfermedad terminal? ¿Por qué tiene que ser un ente ficticio quien decida sobre ello?
Si puedo decidir sobre qué hacer con mi vida debería también poder hacerlo con mi muerte.
Hume, el filósofo empirista, en un ensayo sobre el suicidio afirmaba, fundándose en el mismo cristianismo, que era permitido poner fin a nuestra existencia cuando ésta era intolerable para nosotros y los demás. En el caso de Eluana, lo inmoral, desde mi punto de vista, era seguir manteniendo artificialmente una vida que ya no gozaba de las condiciones normales que deberían hacerla algo digno. Verla postrada, en estado vegetativo y muriendo a pausas, era más inmoral y cruel que buscar una salida honrosa.
La idea central de Aristóteles era la de que, a través de la búsqueda y realización de la felicidad, se podía configurar una vida moralmente buena. La moral misma debía servir para hacer de la vida humana algo deseable y digno.
Suele suceder que ciertas teorías o propuestas morales, con todas sus prohibiciones e insistencia en el pecado, lo que hacen es castrar emocionalmente a las personas condenándoles a la infelicidad. Una moral que con sus moralinas hace infelices a las personas debería rechazarse. Una verdadera moral tendría que servir para configurar seres humanos felices e íntegros.
Ahora bien, la felicidad no puede reducirse a una espera en otra vida. La felicidad debe ser disfrutada en la existencia concreta, en el día a día y debe incluir el goce del cuerpo y del compartir con los demás.
Prolongar innecesariamente la vida de una persona fundándose en consideraciones, no de una moral que nos conduzca a la felicidad, sino de una moral que nos hace infelices, no tiene sentido. Y es una acción cruel.
De esa cuenta, el derecho a la eutanasia o el suicidio no puede ser negado por una moral que, de suyo, niega el sentido lúdico de la existencia. Acaso esta era la crítica que hacía Nietzsche a la moral fundada en una religión que, a su vez, se basaba en la negación del aspecto festivo y alegre de la existencia.
Por supuesto que la discusión sobre la legitimidad moral de la eutanasia seguirá siendo un tema polémico. Sin embargo, creo que deberíamos reflexionar sobre ella y sobre aquello que le otorga dignidad a la vida. Si creemos que una vida digna es deseable y legitima, lo mismo deberíamos pensar sobre la muerte.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Mito y Filosofía. De la magia a la Razón

* Harold Soberanis
Como sabemos, la cultura occidental tiene su asiento en los griegos de la época clásica. Este fue un pueblo muy particular en relación a otros pueblos antiguos. En efecto, mientras que muchos de estos pueblos tendieron a una explicación fantástica o mágica de la realidad que les circundaba, los griegos buscaron otras vías para encontrar la explicación de esa realidad. Esas otras vías fueron las de la Razón. Es bien sabido que, en el momento en que los griegos recurren a la Razón como facultad principal para penetrar la realidad en tanto totalidad, en ese instante surge quizá el mayor de los aportes que este pueblo hizo a la humanidad: la Filosofía.
En este sentido, la Filosofía griega tendrá pues, como nota distintiva el pretender ser una explicación racional y holística de la realidad. Esta característica marcará, definitivamente, el proyecto filosófico occidental, distinguiéndose, como señalé arriba, de cualquier otro modo de filosofar que pudiéramos encontrar en otras culturas. Hasta el día de hoy la Filosofía occidental, sea cual sea su orientación o tendencia, es un saber eminentemente racional.
Ahora bien, esto no significa que el pueblo griego, al igual que cualquier otro pueblo antiguo, no haya tenido en sus comienzos un pensamiento mágico por medio del cual buscaban explicarse la realidad circundante. En otras palabras, no podemos pensar que los griegos fueran totalmente racionales desde el comienzo de su historia. De hecho, es característica de toda sociedad humana, de toda cultura pequeña o grande, de todo individuo culto o no, tener un pensamiento mágico al que recurre para comprender algo de la realidad que le interpela o le sorprende.
En este sentido, los griegos no pueden sustraerse a este tipo de pensamiento que podríamos afirmar, es parte de la esencia misma del hombre. Así pues, también el pueblo griego recurre en sus comienzos a un pensamiento mágico para explicarse aquello que le sorprende y no logra comprender. Resultado de ello son los mitos, y ya sabemos que los griegos son grandes cultivadores de mitos, habiéndonos heredado una gran variedad de ellos, algunos verdaderamente hermosos. El mito es pues, un intento por explicarse esa realidad que les resulta incomprensible. Pero es un intento cargado de magia y elementos irracionales (no uso este término en sentido peyorativo), y por lo mismo, insuficiente.
Si bien es cierto el mito carece de racionalidad, lleva implícito en él (a la manera de la dialéctica hegeliana), el germen de lo racional que dará paso a la Filosofía. De ahí la importancia y el valor del mito para el pensamiento occidental. Algunos pensadores, incluso, han afirmado que, si el mito no hubiese existido, la filosofía nunca habría surgido pues ésta nace de la misma incapacidad de aquél por explicar la realidad. En un momento dado los hombres ya no se satisfacen con las explicaciones que da el mito y buscan otros caminos que les provean de certezas más firmes. Por eso surge la filosofía como un saber que proporciona verdades claras y distintas (al modo cartesiano).
Claro, también están la religión y la ciencia como respuestas a esa búsqueda de verdades firmes que necesitamos. Pero la religión, también está cargada de magia y por ello sus verdades no satisfacen a todos; y la ciencia, aún con su estructura racional, se muestra insuficiente para explicarnos aquellas cosas que escapan de los límites empíricos de la realidad. Por ello, la filosofía sigue siendo el saber más certero y confiable, aún con todas las crisis que ha tenido que enfrentar, sobretodo en estos tiempos posmodernos que corren. Sin embargo, el mito sigue siendo tan valioso como la filosofía por lo que no podemos despreciarlo y rechazarlo sin más, aunque tampoco debemos colocarlo por encima de la filosofía ya que ésta, afortunadamente, sigue siendo el saber más esperanzador y seguro.

*Profesor Titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.
haroldsoberanis@usac.edu.gt