martes, 28 de abril de 2009

Globalización, homologación y competencias

* Harold Soberanis

Una de las últimas ideas que se ha expandido a nivel mundial, reflejo de una fase tardía del capitalismo, por lo demás un sistema en crisis, es la de la globalización. Tal idea significa, en términos capitalistas, la ampliación de mercados, productos y consumidores, pero nunca de la justicia o la igualdad. De esa cuenta, según la lógica perversa de este sistema, lo que hay que hacer es romper fronteras, al menos en sentido figurativo, y que tanto productos como seres humanos puedan movilizarse libremente para, como siempre, beneficio de todos, entendiendo por “todos” a los dueños del capital mundial.
Como parte de esa moda globalizadora, se ha iniciado desde hace unos pocos años y a nivel de la educación superior, un proceso de autoevaluación de todas las carreras que se ofrecen en las universidades. Dicho proceso tiene como finalidad última la homologación de estudios que, en un lenguaje más sencillo, significa que cualquier profesional, sea cual sea su especialidad, pueda movilizarse con facilidad a otro país y, sin tener que enfrentar todo el calvario burocrático que le permita ejercer su profesión, pueda hacerlo de manera fácil. En la Universidad de San Carlos, que es donde trabajo, este proceso está en marcha.
Lo que me preocupa de todo esto no es tanto que esta moda nos venga, como sucede siempre, de los centros de poder mundial quienes, a través de la imposición de estas políticas, se niegan a renunciar a su papel de dominadores. No. Lo que me preocupa y molesta es que nosotros, países periféricos y dependientes, aceptemos estas modas como si fuera la palabra de Dios. Sin chistar y como si fuera algo natural, seguimos los lineamientos de organismos internacionales al servicio del gran capital, bajo la amenaza que de no hacerlo, nos quedaremos al margen del progreso, seremos unos desfasados de la historia, pueblos trogloditas sin cultura ni futuro, etc; etc;
A todo esto me pregunto ¿y cuando hemos participado de la fiesta capitalista y sus innumerables bondades? Si acaso, hemos sido unos tristes espectadores que, del otro lado del cristal, contemplamos boquiabiertos el banquete que se sirve dentro (no recuerdo de quién es esta metáfora, pero viene muy bien al caso).
La historia de nuestros pueblos se ha construido sobre la base de la explotación, el abuso y el irrespeto. Tal herencia nos ha vuelto individuos sin conciencia, irreflexivos, sin sentido crítico de la realidad. El mismo modelo de educación que nos han impuesto, no es más que un modelo que busca reproducir el adocenamiento, la actitud acrítica, la mediocridad. Por eso somos indiferentes a las cosas que acontecen en el Estado. Ante la actividad política preferimos mantenernos al margen, permitiendo a todos los politiqueros que sigan haciendo de esta disciplina un negocio. Nuestra indiferencia les favorece a estos grupos, pues siempre son los mismos corruptos quienes “hacen” política, es decir, siguen despilfarrando y enriqueciéndose a nuestras costillas. Además de enriquecerse a costa de lo “político” han contribuido a pervertir la política, lo que ha provocado en la mayoría la percepción de que tal actividad es algo sucio, algo a lo que las personas decentes no se dedican.
Pues bien, esta actitud acrítica y conformista no nos permite reflexionar sobre el fenómeno de la globalización y todas las consecuencias que trae. Más arriba mencionaba que también la educación se ha visto afectada por esta moda globalizadora, de ahí que se haya iniciado el proceso de autoevaluación de todas las carreras.
A mi juicio, el problema no es éste, es decir, que se pretenda homologar las profesiones, si no que no seamos capaces de discernir y comprender la ideología de dominación que subyace a dicho proceso. Y lo peor aún, es que seamos los mismos docentes universitarios, supuestamente formadores de pensamiento crítico en nuestros estudiantes, quienes no nos cuestionemos sobre la conveniencia o no, sobre la validez o no, de tal homologación y la aceptemos y nos insertemos en dicho proceso sin la más mínima duda. Ahora resulta que no ha existido idea más genial que ésta, por lo que oponernos a ella es ir en contra del progreso y el bienestar de los pueblos. Es patético ver a algunos colegas desarrollando, dentro de la Universidad, talleres y conferencias sobre la necesidad y bondad de integrarnos a dicho proceso, pero con una actitud tan sumisa e irreflexiva que, de no saber que son universitarios, pensaríamos que son lideres de alguna secta religiosa que con la amenaza de irnos al infierno si no obedecemos, tratan de forzarnos a entrar al redil.
Y resulta tan ridícula esta moda que hasta en el lenguaje se hacen modificaciones. Ahora resulta que no hay que hablar de “objetivos”, sino de “competencias”. El lenguaje no es neutral e inocente respecto a la realidad de la que brota. Hablar de “competencias” revela una actitud un tanto egoísta e individualista, pues de lo que se trata no es de buscar objetivos en conjunto con el otro, sino de competir con el otro. ¿Y qué ideología fomenta la “competencia” y el individualismo? Una ideología que parte de la idea de que somos seres por naturaleza egoístas y que por lo tanto, de lo que se trata es de estimular tal egoísmo, pues éste nos llevará al bienestar y la felicidad.
Empero, no en todo el mundo aceptan estas modas como si nada. En España, por poner un ejemplo, hace pocos meses, los profesores y estudiantes de humanidades se han opuesto al Plan Bolonia, que es la versión europea de lo que para nosotros es el proceso de autoevaluación y homologación de las carreras. Se han opuesto a dicho plan, porque en él se establece que se deben reducir las horas de enseñanza de la filosofía en función de las materias científicas. Sin negar la importancia de la ciencia, no se puede concebir al ser humano alejado de aquella esfera del saber que cultiva el espíritu y el intelecto y que es, entre otras cosas, lo que nos diferencia del animal. La oposición al Plan Bolonia ha sido fuerte y han logrado algunas conquistas. ¿Por qué en Guatemala y sobre todo en la Universidad de San Carlos no se hace algo similar?
Ya sé que los profetas del mercado dirán que veo fantasmas donde no los hay y que sufro de algún tipo de esquizofrenia que me hace ver intrigas de grupos anónimos y oscuros que confabulan a nivel mundial para hacernos pensar lo que les conviene. Pues que digan lo que quieran. Lo que yo persigo es que nos tomemos, amigo lector, un tiempo para reflexionar sobre todo esto y tratemos de encontrar y analizar las creencias e ideas que, como trasfondo, sostienen esta moda globalizadora que ya ha impactado en todos los ámbitos de nuestra vida.
Es necesario que el tipo de educación que reciben nuestros hijos cambie y fomente en ellos el pensamiento crítico, la reflexión, el análisis y la comprensión de la realidad. Estas habilidades las estimula muy bien la filosofía, por eso he insistido, y seguiré insistiendo, en que la enseñanza de la filosofía es urgente a todo nivel educativo. Esta es la única salida para dejar de ser una sociedad adormecida y conformista.}

* Profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.

jueves, 16 de abril de 2009

LA ÉTICA ESTÁ DE MODA

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt


Así parece, si tomamos en cuenta la cantidad de seminarios, cursos, talleres y otras actividades que a diario se ofrecen por cualquier medio de publicidad. La mayoría de éstas, aseguran que la persona que asista saldrá de ahí siendo una persona nueva, con una renovada visión de la vida y, lo que es mejor aún, muy optimista para enfrentar los desafíos de la vida cotidiana. A juzgar por la cantidad de actividades que se publicitan, se puede inferir que las personas están muy interesadas en este tipo de charlas. Esto nos hace pensar que la gente está convencida de la necesidad de orientar su vida por principios fundamentales de conducta que le permitan, a lo largo de su existencia, ser mejores seres humanos. Sin embargo, tengo la percepción de que quienes van a estas actividades (que por cierto tienen un alto costo) quedan muy frustrados pues no salen de allí siendo mejores que cuando entraron, y esto porque por lo general, quienes se autoproclaman ser expertos en el tema, no tienen ni la más mínima idea de lo que es la ética. Estos “expertos”, en el mejor de los casos, lo que hacen es diseminar moralinas que, por definición, no tienen ninguna base teórica, pues se sostienen sobre una serie de prejuicios trasnochados y absurdos.
De esa cuenta, estos charlatanes disfrazados de “expertos” se hacen ricos a costa de la ignorancia y necesidad de los demás. Me parece que la gente está consciente de la necesidad de guiar su vida por valores y principios, como una forma de búsqueda de ser mejores. Sin embargo, se equivocan en la selección de las personas que les pueden orientar y de las actividades a que deben ir. De ahí la necesidad de reflexionar un poco sobre este tema.
La ética, para empezar, no es lo mismo que la moral. De hecho, aquélla es para los especialistas, es decir, los filósofos pues la ética, en un sentido estricto, es la reflexión y análisis teórico sobre los principios que deberían guiar la conducta humana. Esta es una disciplina que se mueve dentro del “debería ser”, esfera a la que pertenece, por su propia naturaleza, toda la filosofía.
La moral, por su parte, se refiere al aspecto práctico de la conducta. Se puede entender por moral el conjunto de normas o reglas concretas que nos dicen cómo actuar. Son normas o reglas que todos deberíamos cumplir dentro de la vida social para que ésta fuera posible. Ningún pensador, antiguo o moderno, propone la eliminación de normas morales que orienten la vida social. Cuando algún filósofo rechaza un tipo o código específico de moralidad (el cristianismo, por ejemplo) lo hace por lo que esa moral representa respecto al sistema filosófico que él propone, pero en ningún momento declara que se pueda vivir sin ningún tipo de restricción o normativa moral. Piénsese, por ejemplo, en Nietzsche, Sartre, Marx o Freud.
Ahora bien, lo que sucede es que en el lenguaje cotidiano tendemos a confundir ambos términos y utilizamos “ética” y “moral” como sinónimos. Empero, en sentido estricto no son lo mismo. Las personas son moralmente buenas o no. Observar y cumplir con algún tipo de reglas me hacen ser mejor moralmente. No respetar ningún ordenamiento me convierte en un ser inmoral. Pero no se es más ético o menos ético, por el hecho de respetar o no ciertas normas. Lo que quiero decir es que las personas son morales o inmorales, según cumplan o no con ciertas reglas de conducta. Pero no son más éticas o menos éticas dependiendo de si guían su vida por normas morales o no. Acá lo que se da es una confusión del lenguaje común.
¿Qué me hace ser mejor moralmente? Pues el cumplimiento de determinadas normas morales. Hay personas que llevan una vida intachable (en la medida de lo posible, pues no hay nadie que sea absolutamente bueno o malo moralmente hablando), que mantienen una conducta ejemplar y no obstante nunca en su vida han leído un tratado de ética. Simplemente, ajustan su vida a aquellas normas que les parecen deseables. Asimismo, hay quienes devoran tratados enteros de filosofía moral (ética) y sin embargo, llevan una vida que es una vergüenza. Es que una cosa no implica necesariamente a la otra. De donde se infiere que lo que me hace ser mejor, como agente moral, no es la cantidad de libros o tratados de moral que pueda leer, sino la observancia que haga de aquellas normas que me posibiliten convertirme en un ser más digno.
La ética tampoco es receta de cocina. Muchas personas que se acercan a estos cursos o conferencias que señalaba arriba, lo hacen con el ánimo de que el supuesto “experto” les revele la fórmula mágica que les haga ser mejores personas. Esperan que les indique, cual receta de cocina, los pasos que deben seguir para obtener el tan anhelado bocadillo moral y sentirse bien consigo mismos.
Otro tanto de confusión sucede con los llamados códigos de ética profesional. La ética es una sola disciplina filosófica que se orienta, repito una vez más, a la reflexión y análisis sobre los principios que sirven de fundamento a la conducta moral. De ahí que a lo que se refiere, cuando se habla de un código de ética profesional, es a establecer normas concretas y precisas de conducta para alguien que ejerce determinada profesión. Sin embargo, si observáramos una conducta moral adecuada socialmente, deberíamos de ser capaces de aplicar las mismas normas a nuestro ámbito profesional, porque lo que es válido en mi vida cotidiana (la honestidad, honradez, veracidad, solidaridad, etc.,) lo es en cualquier otra esfera de mi existencia.
Una verdadera ética, debe estimularnos a la reflexión como medio para descubrir racionalmente aquellos principios por los que debo guiar mi conducta y ser, en cada elección que haga, un ser más digno. Asimismo, debería impulsarnos a una actitud crítica que nos haga cuestionarnos de nuestras propias creencias a fin de encontrar principios sólidos que garanticen que nuestra forma de actuar es la deseable. En fin, una formación ética debería hacernos mejores en la medida en que los fundamentos sobre los que apoyamos nuestro actuar, son el resultado de un proceso racional, de una meditación profunda y no la consecuencia de palabras vacías y charlatanería.
De ahí que las personas que buscan hacer de sí mismos y de sus vidas algo mejor, deberían acercarse a los filósofos que son, como ya lo dije más arriba, los especialistas en el tema. Estos no van a darles recetas de cómo actuar bien, sino que los van hacer reflexionar para que, por ellos mismos, descubran racionalmente dentro de sí, esos principios que habrán de orientar su acción dentro del contexto social. Para Sócrates esta era la verdadera tarea del filósofo pues, según este pensador griego, la verdad reside dentro de cada uno y lo que el filósofo hace es guiar a cada quien para que por medio de un proceso racional alumbre, cual luz eterna, dentro de sí y descubra por sus propios medios esa verdad que, equivocadamente, cree hallar fuera.
Aún queda por abordar el tema de los valores, pero eso será en otro artículo.

*Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, Universidad de San Carlos d

viernes, 10 de abril de 2009

Sobre los valores

* Harold Soberanis


En un artículo anterior me referí a la tendencia que, en nuestro medio, se ha dado últimamente respecto a la excesiva oferta de actividades tan disímiles como seminarios, talleres, cursos y/o diplomados sobre ética o valores o cosas parecidas. En éstos se ofrece enseñar, a quienes asistan, a ser mejores personas por medio de unas cuantas formulas mágicas y, lo que es aún más importante, les prometen que encontrarán la felicidad absoluta. Ante la cruda realidad de los tiempos que corren, donde la soledad y el sinsentido de la existencia son cosas comunes, muchas personas están hambrientas de encontrar la clave de la felicidad y el bienestar, por lo que incautas, se dejan llevar por los ofrecimientos de todos estos charlatanes que lo único que buscan es enriquecerse a costa de su ignorancia.
En esa ocasión, señalaba el riesgo de asistir a esas actividades sin el más mínimo sentido crítico pues, lo que de hecho se hace en ellas, es lanzar moralinas a las personas y nunca estimularlas a que por medio de la reflexión descubran por sí mismas el valor moral de sus acciones o los principios que deberían orientar sus vidas.
Reflexionar para descubrir tales principios que son, en última instancia, los que deberían dirigir nuestra vida moral, es lo que busca un análisis serio sobre la acción humana. En otras palabras: esto es lo que busca la Ética, es decir, la reflexión teórica, filosófica sobre el comportamiento de las personas. Como resultado de ese análisis, de esa autorreflexión, tendríamos que encontrar aquellos principios que orientaran nuestra interrelación con los demás, a fin de que actuáramos apegados a lo moralmente bueno. Esto es precisamente lo que le falta a todos estos cursitos y talleres que ofrecen hacer de las personas mejores seres humanos, pues no estimulan ese sentido crítico que toda acción humana conlleva y se limitan a repetir recetas de buena conducta pero sin decir cómo se llega a ella o qué significa ser bueno.
Aprendemos a reconocer lo bueno o malo, lo moral o inmoral, la bondad o maldad de nuestros actos y los de los del prójimo, desde la reflexión seria, honesta y profunda de aquello que les concede, a tales actos, su moralidad. Esto es, en otras palabras, reconocer la esencia moral de las acciones humanas. Gracias a esa reflexión, descubrimos aquellos principios deseables que deberían orientar la acción de todos. Ese descubrimiento y aprehensión es posible sólo, pues, desde la meditación filosófica y nunca a través de moralinas o supuestas formulas mágicas. Estimular y fomentar dicha reflexión en todas las personas para que ellas mismas por medio de su Razón encuentren esos principios que les de sentido y validez a sus acciones, es la verdadera tarea del filósofo de la moral.
Al final del artículo ya mencionado ofrecía ocuparme, en una posterior entrega, del tema de los valores. Por diversas razones fui postergando tal ofrecimiento hasta que un amable lector me lo recordó.
Tratar de encontrar una única definición de valor, un único significado de él, es una tarea de suyo difícil pues, como sucede con todos los términos filosóficos, no existe unanimidad sobre qué es. Empero, intentaré dar una idea de lo que a mi juicio se debe entender por valor, tomando en cuenta los rasgos en común que, las diversas significaciones sobre él, tienen entre sí.
Una primera aclaración se hace necesaria: ésta se refiere a si es correcto hablar de “valores éticos” o “valores morales”. Bueno, la distinción entre estas expresiones es la misma que se aplica a la diferencia entre “ética” y “moral”. He dicho varias veces que ambos términos se tienden a usar como sinónimos pero, en un sentido estricto, no son lo mismo. En efecto, la ética es cosa de los profesionales, es decir, de los filósofos y se ocupa de analizar racionalmente el fundamento y la validez de la moral. Esta vendría a ser la parte práctica, las normas concretas de acción, los códigos que nos indican cómo actuar. Tales códigos deben estar asentados en ciertos principios que reconocemos como legítimos. Descubrir, analizar y comprender tales principios es la tarea de la ética y del filósofo de la moral.
Con lo dicho anteriormente, podemos inferir que los valores son morales y que quien se ocupa de analizar su validez, alcance, sentido y legitimación es la ética.
Otro problema que surge en torno a los valores es si éstos son objetivos o subjetivos. Algunos filósofos y escuelas filosóficas sostienen que son objetivos. Por ejemplo, para los antiguos griegos, los valores son objetivos, pues no son producto de la creación humana, no son elaborados por nuestra conciencia, existen fuera de ella y nuestra Razón lo que hace es descubrirlos. Es el caso de Sócrates, Platón y Aristóteles quienes creen que los valores tales como justicia, bondad, belleza, etc; no son creación humana, pues existen independientemente de nosotros y precisamente porque no dependen del ser humano, es que sirven de principio rector de la conducta de los hombres. Gracias a que son objetivos tales valores son universales y absolutos. Esto significa que independientemente de la época o sociedad particular, los valores son siempre válidos y los mismos para todos.
En contraposición a este planteamiento, otros filósofos y escuelas filosóficas, afirman que los valores son subjetivos, es decir, son creaciones humanas que, dependiendo de la época o circunstancias históricas, surgen en un momento determinado y cobran validez y sentido únicamente dentro de ese contexto.
Según estos pensadores, cuando reconocemos algo como valioso es porque vemos en ese objeto o acción algo que nos es útil. Por lo tanto, el que algo sea o no valioso depende de nosotros, está en nuestra conciencia moral y no en el objeto o acción en cuestión. Es decir que, lo valioso no es objetivo sino subjetivo pues depende de la valoración particular del sujeto. Lo que resulta bueno o malo para alguien puede ser lo contrario para otro.
Además, como afirmará Marx, los valores morales que predominan en una época, responden o son expresión de la clase dominante, por lo tanto no son objetivos, al menos no en el sentido clásico, puesto que son la expresión ideológica de los grupos de poder quienes, interesados en que no se transforme la realidad, propugnan determinados valores que toda la sociedad debe seguir con el fin de mantener el statu quo vigente. Piénsese, por ejemplo, en las propuestas de reforma que a la Constitución hace el grupo ProReforma. En la base de tales propuestas subyace toda una serie de valores que no son más que la expresión de intereses de clase, en este caso de la oligarquía chapina.
Otra manera de considerar a los valores como principios que dirigen la acción humana, sería el caso de los Derechos Humanos. En este sentido, los Derechos Humanos vendrían a ser puntos de referencia a los cuales debemos ajustar nuestra conducta con el fin de alcanzar una convivencia social pacifica y digna.
Este, y otros temas relacionados a la ética y los Derechos Humanos, serán abordados en un taller al respecto desarrollaré los días 25 de abril y 2 y 9 de mayo en La Casa de Cervantes, de 16:00 a 18:00 horas. En esta actividad se dará material y constancia de asistencia y podremos discutir abiertamente sobre cuestiones relativas.

*Profesor titular, Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.



miércoles, 1 de abril de 2009

Sobre la injusticia de las leyes

*Harold Soberanis
haroldsoberanis@usac.edu.gt


En el diario La Hora del 30 de agosto, aparecen dos notas sobre el problema de la justicia en Guatemala. En el primero, titulado “¿A dónde se inclina la balanza de la justicia?” su autor hace un análisis de dos casos en los que las leyes se inclinan a favor de grupos económicamente poderosos. El primer caso, se refiere a la compañía Montana que se dedica a la extracción minera en una región de San Marcos. Los habitantes de San Miguel Ixtahuacán se oponen a que opere en ese lugar dicha compañía, alegando que la extracción de metales provoca severos daños al ambiente. Tal oposición se basa, según entiendo, en el derecho humano a un ambiente sano, el cual está contemplado en nuestra legislación. El segundo que señala el autor de dicho artículo, es el de la empresa Cementos Progreso (¿?) que busca instalar una sucursal en San Juan Sacatepéquez. En este lugar, también sus habitantes se oponen a que ahí opere esta compañía alegando, al igual que la otra comunidad arriba señalada, que los daños a la salud de la población son irreversibles y que la ley les garantiza su derecho a un ambiente limpio. En ambos casos los encargados de hacer justicia han actuado lentamente, evidenciando el favoritismo hacia las dos poderosas empresas y mostrando total desprecio por los intereses de la comunidad que, por principio, deberían estar por encima de los privados.
La otra nota a la que deseo referirme es el artículo del Licenciado Oscar Clemente Marroquín, “¿Cuál institucionalidad y cuál estado de Derecho?”. En este escrito el Licenciado Marroquín señala el énfasis que algunos grupos de poder hacen sobre la necesidad de mantener la institucionalidad y el estado derecho a toda costa, aún cuando las condiciones materiales de la población sean cada vez más precarias, producto de la corrupción, el irrespeto a la ley, el abuso de poder, la impunidad, etc. Ante esta realidad el autor del artículo de marras se pregunta si vale la pena, bajo el argumento que se debe proteger la institucionalidad y el estado de derecho, seguir manteniendo un sistema de justicia ya fracasado.
Los ejemplos sobre la injusticia que se comete, apoyándose en la misma ley son incontables. Podríamos seguir hasta el infinito. Y estos no se dan solamente entre grupos poderosos y comunidades pobres que, por lo mismo, no tienen a la justicia de su lado. También se dan, por ejemplo, entre personas individuales. Me viene a la mente el caso de aquellos padres que, por diversas razones, se ven enfrentados a sus parejas y que para resolver sus diferencias recurren a un tribunal de familia. En principio y a priori, las leyes protegen a la mujer, sin considerar si ésta merece ser protegida, si ha sido una madre competente, si ha sido un apoyo para el esposo, etc. Sin mayor reflexión se descalifica al hombre por el simple hecho de serlo y se cometen una serie de injusticias fundándose en la ley. Aunque las resoluciones pueden ser legales, no necesariamente son legítimas y mucho menos apegadas al principio de justicia que, por definición, toda ley debería contemplar. Se tiene aún muy arraigada la imagen romántica de la madre amorosa y abnegada producto de, y he aquí la paradoja, una cultura machista. Es bien sabido que hay muchas madres que son totalmente lo opuesto a esa imagen que hemos ido configurando (como parte de un imaginario colectivo) y que existen muchos padres que son mejores que aquéllas en el cuidado y educación de los hijos. Pero esto a los encargados de impartir justicia no les importa y apegándose a la ley cometen muchas injusticias contra lo padres como obligarles a pagar una pensión alimenticia que rebasa sus posibilidades económicas, negarles la tutela de los hijos, etc. También en estos casos, pues, se actúa en contra del espíritu de la ley que, por principio, debería se equitativa. No se puede pretender reparar una injusticia, cometiendo otra.
De esa cuenta uno se pregunta si el sistema de justicia que tenemos vale la pena cuidarlo o, si por el contrario, se debe reformar totalmente. Claro que esto se conecta con la legitimidad y moralidad de las leyes. Ahora bien, el problema que surge aquí es que, siendo los abogados quienes hacen la ley, muchos de éstos no tienen la suficiente calidad moral para hacerlo y van dejando vacíos en la legislación que después son aprovechados por ellos mismos para retorcer las leyes a su conveniencia. Por supuesto que hay verdaderos juristas, honestos y capaces, que al crear la ley lo hacen apegados a principios fundamentales de moralidad, pero son los menos.
Los filósofos antiguos afirmaban que la legitimidad de la ley deriva de su fundamento moral, es decir que, para que una ley sea no solamente legal, sino moralmente legitima, debe estar fundada en principios morales universales, sobre todo sobre el principio de justicia.
La reflexión sobre el sistema de justicia que tenemos y sobre la necesidad de construir y conservar un estado de derecho pasa, pues, por el análisis de las leyes, de quienes las hacen y de quienes las ejecutan. Dicha reflexión debería llevarnos a establecer si las leyes en este país, están basadas en principios absolutos y universales que se reducen al concepto moral de Justicia. También, debería hacernos pensar sobre la condición moral de quienes están llamados a ejecutar las leyes. Muchos abogados se prestan a prácticas indecentes y protegen a priori a quien no merece ser protegido, muchas veces porque están presionados por grupos de poder que desean actuar en función de lo “políticamente correcto”, sin pensar si esa actuación responde al valor de la Justicia. Si quienes por su profesión, son los encargados más idóneos de velar por la justicia y son quienes precisamente la violan a conveniencia, ¿qué pasará con el ciudadano medio que no tiene voz ni voto en la elaboración y ejecución de las leyes?
Uno de los significados, que se infiere del análisis etimológico del término “derecho”, nos dice que el derecho se puede entender como lo recto, lo justo, lo apegado a normas de validez universal, en contraposición a lo tortuoso, lo enredado y, por lo tanto, lo injusto. Si se comprende el sentido profundo del término, se podrá comprender porque la ley debe estar basada en el principio fundamental de Justicia y, en consecuencia, la actuación de jueces y abogados debería estar regida por tal principio.
De ahí que el problema de si un cuerpo de leyes realmente contiene y preserva el principio de Justicia es algo que compete a todos los profesionales y ciudadanos. Nadie debería ser indiferente ante el nivel de descomposición y tergiversación de las leyes. El derecho, la esencia de las leyes y su sentido de justicia es algo tan importante que no debería estar solamente en manos de los abogados.

*Licenciado en Filosofía, profesor titular del Departamento de Filosofía, Facultad de Humanidades, USAC.