viernes, 5 de noviembre de 2010

¿QUÉ ES EL HOMBRE?

Harold Soberanis¿

Una de las grandes aportaciones de la filosofía occidental a la cultura de la humanidad es, a mi juicio, la reflexión sobre el ser humano. La preocupación por comprender la naturaleza humana siempre ha estado presente en la filosofía, desde los primeros pensadores de la Grecia clásica hasta nuestros días. De esa cuenta, muchas y variadas han sido las propuestas que sobre lo que el hombre es, se han hecho en diferentes épocas y desde distintas perspectivas.
De entre las múltiples concepciones que han surgido, en estos más de dos mil años de pensamiento filosófico occidental, hay una que, desde mi particular punto de vista, es de las más enriquecedoras, pues aporta ideas y temas valiosos que contribuyen al análisis y discusión sobre la esencia humana, generando un discurso siempre vigente. Me refiero a la concepción antropológica que plantea la escuela existencialista.
Como es sabido, este movimiento filosófico tiene sus antecedentes en la obra del filósofo Sören Kierkegaard, pensador danés del siglo XIX. Este autor desarrolló su filosofía en clara oposición al idealismo hegeliano, tan en boga en su época. Sin embargo, su obra no fue valorada en su justa dimensión y durante mucho tiempo estuvo olvidada, siendo hasta la primera mitad del siglo XX cuando se redescubre y reconoce su importancia. Tal es el impacto que provoca en los filósofos de esta época, pues en este período es cuando el existencialismo cobra mayor auge, llegando su influencia hasta pensadores, escritores y artistas de diferentes partes del mundo.
La filosofía de Kierkegaard enfatiza el sentido de posibilidad de la existencia resaltando el carácter negativo y paralizante de dicha posibilidad. Aunque otros pensadores antes que él ya han señalado que el hombre es posibilidad, creo que lo valioso del análisis de Kierkegaard radica en el hecho de considerar esa posibilidad, como algo negativo que nos conduce inevitablemente a la nada. Precisamente porque la existencia humana es un abanico de posibilidades que se van aniquilando mutuamente, surge el sentimiento de angustia ante lo incierto del devenir. Dicho sentimiento es lo que caracteriza al ser humano siendo, por lo tanto, tal angustia existencial lo que lo define, haciéndolo más humano y distinguiéndolo de los animales.
En términos generales, esto es lo que los pensadores existencialistas ya en el siglo XX, van a rescatar de la filosofía kierkegaardiana, poniendo el acento en la existencia humana y no tanto en su esencia. Esto se comprende si comparamos el existencialismo con la filosofía antigua, por ejemplo. En efecto, para los filósofos antiguos lo importante es la esencia del hombre, puesto que ésta lo diferencia de los demás entes que habitan el mundo. Esta supuesta naturaleza humana está por encima de su existencia, la cual no es más que un modo de predicar su ser. Siguiendo este argumento, los existencialistas, especialmente Sartre, llegarán a afirmar que lo más importante no es la esencia humana sino su existencia, pues en sentido estricto el hombre no es, es decir, no es un ser acabado y por lo tanto no puede hablarse de que posee una naturaleza. De la preocupación original por comprender qué es el hombre dentro del discurso existencialista, se irán derivando algunos otros temas como la muerte, la finitud, el sinsentido de la vida, la precariedad, la libertad, la moral, etc.
Por su parte, Sartre, partiendo del método fenomenológico y acusando una marcada influencia de Heidegger, habrá de desarrollar una filosofía propia muy original, en que enfatizará la idea de la existencia como nada. Su herencia fenomenológica se nota cuando afirma que el análisis existencial es análisis de la conciencia: “un estudio de la realidad humana debe empezar por el cogito”. El cogito es la actitud de la reflexión sobre sí mismo, sobre la propia interioridad espiritual. De ahí que todas las categorías sartreanas se deriven del análisis fenomenológico de la conciencia.
Para Sartre, el ser humano es fundamentalmente existencia. Ahora bien, la estructura misma de esta existencia es la libertad; libertad que no significa el capricho momentáneo del individuo por realizar algo, sino el proyecto fundamental en el que están comprendidos actos y voliciones, que constituyen la posibilidad última de la realidad humana. Esta libertad es posibilidad infinita de elección que amenaza nuestra condición actual en tanto que, en que cada elección, corremos el riesgo de devenir en algo distinto. “Yo estoy condenado a ser libre”, afirma Sartre, lo que puede interpretarse como el hecho ineludible de que no podemos dejar de elegir o, lo que es lo mismo, no podemos dejar de ser libres.
Esta libertad fundamental que hunde sus raíces en la misma existencia humana nos obliga, pues, a elegir encontrando en cada elección la posibilidad de configurarnos a nosotros mismos. Dicha posibilidad implica, asimismo, la de inventar nuestra propia moral. Si el hombre es principalmente existencia y no esencia, si la existencia precede a la esencia, esto significa que no “somos”, sino que existimos, que nuestra característica principal es existir. No somos en el sentido de que son las cosas. Cualquier objeto del mundo empírico es algo, ya está acabado, no tiene otra posibilidad de ser a menos que un artesano decida transformarlo. Este no es el caso del ser humano. El hombre es su propio artesano y la obra por hacer. Ya que no hay Dios que nos dé nuestra esencia, somos nosotros mismos, en la libertad infinita que poseemos, quienes debemos hacernos en cada elección. De ahí que nuestra máxima obligación moral sea precisamente esa: construirnos moralmente dentro de una sociedad en la que los otros son mi negación y yo la negación de ellos.
Esta condición propiamente humana nos revela que somos seres precarios y finitos, somos seres contingentes y que la vida humana es un sinsentido. Sin embargo, esta certeza no nos debe llevar a la desesperación o el quietismo, sino por el contrario, debe impulsarnos a la acción y al compromiso con el otro. El saber y estar conscientes de que somos seres finitos y necesitados, no implica indiferencia hacia los demás, ni significa relativismo moral. Más bien significa que debemos comprometernos con el otro y ser solidarios en su sufrimiento y soledad.
Muchas veces se ha interpretado el pensamiento de Sartre, como una apología del pesimismo y negación a la vida. A mi juicio esto es totalmente erróneo. Si bien este filósofo no acusa el optimismo que conlleva una actitud burguesa frente a la vida, optimismo que es acomodamiento y autosatisfacción, tampoco está llamando a la actitud pasiva y desesperada que sería lo propio del pesimista. Por el contrario, lo que hace Sartre es afirmar el valor de la vida humana pues, ya que no hay trascendencia porque no hay un Dios que la garantice, lo único que nos queda es vivir esta vida lo más plenamente posible, sin encerrarnos en el egoísmo pequeño burgués o la autosatisfacción del que se sabe o presupone eterno. Significa, a mi juicio, la valoración plena de la vida al afirmarla en cada instante de nuestra existencia.

Bibliografía
Abbagnano, Nicola. Historia de la Filosofía. 1a. edición. Montaner & Simón, S.A. Barcelona, España. 1956.

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