Harold
Soberanis[1]
Ni de optimismo. Ni de rezar todos los días. Si la
solución fuera tan simple, ya habríamos cambiado nuestra realidad. Guatemala no
sería el país injusto y desigual que es. No sería el país violento que tenemos,
donde se mata a diario a hombres y mujeres honestos. No sería el país donde los
niños y los viejos tienen que trabajar para sobrevivir.
Menciono esto, pensando en la reciente visita a
Guatemala de uno de esos famosos “gurús” sabelotodo que poseen la fórmula mágica para que todos
vivamos felices y seamos triunfadores. Según entiendo, este iluminado “sabio” (¿o sería mejor
llamarlo sofista?), fue traído por un grupo de empresarios y comerciantes, los
mismos que deciden lo que debemos hacer, pensar y decir. Y lo trajeron para que
por medio de su exaltada y teatral forma de hablar nos indicara lo que, según ellos,
contratistas y contratado, debemos hacer para ser felices, para producir más,
para no ser fracasados, para repetirnos por enésima vez que si somos pobres es
porque queremos, ya que las oportunidades de ser exitosos y millonarios las
tenemos frente a nuestras narices. En una palabra: lo trajeron para que nos
dijera que podemos ser un país del primer mundo, pues todo está en nuestra
voluntad de querer serlo.
De acuerdo con lo publicado en algunos medios de
comunicación, este moderno sofista asegura que todo es cuestión de valores. De
ahí que su objetivo primordial al visitar empresas, instituciones
gubernamentales, consorcios y hasta universidades, fue el de hacernos ver que
si queremos un país mejor, una sociedad mejor, un nivel económico mejor y de
paso ser hombres y mujeres de éxito, todo lo que tenemos que hacer es transformar
nuestros valores. O, como le llaman hoy
en día los adoradores del neoliberalismo y el mercado, provocar dentro de
nosotros una reingeniería moral.
Según este tipo de seudodiscurso, todo es cuestión de
cambiar valores, de retomar aquellos que hemos ido perdiendo o de adaptar los
que tenemos a los nuevos tiempos que corren.
Así de simple y fácil. Es decir
que, este “famoso” sofista no vino a decir nada nuevo de lo que otros grandes “genios”
motivadores han dicho ya. Por eso el título de este escrito, pues si fuera tan
fácil la solución a nuestros grandes, históricos y complejos problemas
estructurales, todos nos pondríamos a rezar, seríamos optimistas,
transformaríamos nuestros valores y listo: de la noche a la mañana viviríamos
en un país maravilloso, para admiración y envidia de los demás.
Pero sucede que la cuestión no es tan fácil como nos
hacen creer estos charlatanes a sueldo. Para empezar, los valores de una
sociedad son aquellos que las clases dominantes han impuesto para preservar y
mantener el estado de las cosas. Son,
como lo demostró Marx, la expresión del poder de esas clases económicas que lo
que buscan es proteger sus intereses de clase. De ahí que, cuando dichas
clases, por medio de sus seudointelectuales, hablan de un cambio de valores
morales, lo que en el fondo están buscando es que las clases dominadas
sigamos obedeciendo sumisamente, no
pensemos críticamente y solo nos dediquemos a producir más para que sus cuentas
sigan engordando.
Los problemas que ahogan a Guatemala son
estructurales, sus causas son históricas y comienzan desde la venida de los
españoles quienes imponen un modelo económico basado en la explotación, el
abuso y la exclusión. Con el paso de los
años, dicho modelo fue tomando formas más sofisticadas de expresión, pero en el
fondo siguió siendo lo mismo. Cambió de actores y el escenario se modificó,
adaptándose a los tiempos, pero los resultados fueron los de siempre: una
minoría que cada vez era más rica y la mayoría pobre, hundiéndose en la
miseria.
Todo esto ha producido una sociedad injusta y
desigual. Los problemas que vivimos hoy día como la violencia, el narcotráfico,
la corrupción, el analfabetismo, etc; no se solucionan con un simple cambio de
valores y actitudes. No basta con ser
optimistas para que todo por arte de magia cambie. La causa de nuestros males es económica, por
lo que deberíamos transformar la infraestructura, es decir, el modelo
mercantilista de explotación que tenemos para provocar una transformación en la
superestructura social.
Si la riqueza se distribuyera de forma equitativa
tendríamos una sociedad más igualitaria y cada uno de los hombres y mujeres que
la integran, aspirarían a una vida guiada por valores morales superiores.
Entonces sí, tendría sentido hablar de un cambio de valores y de una actitud
optimista ante la vida. Pero en las circunstancias en las que nos encontramos,
venir a desarrollar discursos motivacionales, lo único que logra es hacerle el
juego a los sectores oligarcas. Es insistir en que todo debe cambiar para que
nada cambie.
Dado que la transformación de esta sociedad no vendrá
de los sectores que detentan el poder, sino de la sociedad misma por medio de
todas sus instancias e instituciones, es necesario que nos eduquemos y
fomentemos un pensamiento crítico. Esto implica, como ya lo he dicho en otros
artículos, que analicemos la realidad, nos informemos, pensemos por nosotros
mismos y saquemos conclusiones. Deberíamos empezar, como lo hizo Descartes, por
dudar de todo lo aprendido y de lo que vemos. A partir de ahí podríamos esperar
que las nuevas generaciones asuman una actitud más cuestionadora y
transformadora. Y entonces sí, cambiaríamos este país para hacer de él un lugar
digno para vivir.
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